Atraídos por el CRUCIFICADO
Jesús alzado en una cruz, crucificado en el Gólgota, nos está haciendo visible el amor insondable de Dios a todo ser humano. Únicamente mirando a Jesús sobre el madero podremos descubrir la manifestación suprema del Misterio de Dios.
Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.
A Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando somos capaces de escuchar, aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga”
Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos.
Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores. Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba Él, tener las metas que Él tenía.
¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» sólo a Él y ocupada en las cosas en que se ocupaba Él?
¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?