Jesús es siempre desconcertante. Al anfitrión que lo había invitado a comer a su casa le dice: “No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos”. Pero, ¿hay algo más legítimo y natural que estrechar lazos con las personas que nos quieren bien?
Al mismo tiempo, Jesús le indica en quiénes ha de pensar cuando invite a su casa: «Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos». Jesús le está proponiendo un mundo al revés, porque de los lisiados, cojos y ciegos nada se puede esperar, los pobres no tienen medios para corresponder a la invitación.
Jesús no rechaza el amor familiar ni las relaciones amistosas, lo que no acepta es que estas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas.
A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y a los convencionalismos sociales.
El camino del amor gratuito que Jesús nos pide a los que queramos seguirle es difícil, porque requiere dar sin esperar mucho, perdonar sin apenas exigir, ser pacientes con las personas poco agradables, ayudar pensando solo en el bien del otro, renunciando de vez en cuando a pequeñas ventajas, poniendo alegría en la vida del que vive necesitado, regalando algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborando en pequeños servicios gratuitos.
Jesús nos dice estas dos bienaventuranzas: «Dichoso tú si no pueden pagarte» y también: «Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa. El Padre del cielo los recompensará».