Miércoles, 5 de setiembre de 2012
Semana 22ª durante el año
1 Corintios 3, 1-9 / Lucas 4, 38-44
Salmo responsorial Sal 32, 12-15. 20-21
R/. «¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!»
Santoral:
San Lorenzo Justiniano, Santa Raisa,
Santos Pedro Nguyen Van Tu y José
Hoang Luong Canh
¿Tú, de qué eres esclavo?
¿De las heridas que recibiste cuando eras pequeño?,
¿de tus traumas de la infancia?,
¿de lo que alguien más decidió que fueras?,
¿de una relación que no te satisface?,
¿ de un trabajo que no disfrutas?,
¿de la rutina de tu vida?
¡Ya libérate!
¡Tira ya ese costal que llevas en la espalda
en el que guardas el resentimiento, el rencor y la culpa.
Deja ya de culpar a otros y a tu pasado por lo que no
marcha bien en tu vida.
Cada día tienes la oportunidad de empezar otra vez.
Cada mañana, al abrir los ojos, naces de nuevo,
recibes otra oportunidad para cambiar lo que no te gusta
y para mejorar tu vida. La responsabilidad es toda tuya.
Tu felicidad no depende de tus padres, de tu pareja,
de tus amigos, de tu pasado, depende solo de ti.
¿Qué es lo que te tiene paralizado?,
¿el miedo al rechazo?, ¿al éxito?,
¿al fracaso?, ¿al que dirán?,
¿a la crítica?, ¿a cometer errores?,
¿a estar solo?
¡Rompe ya las cadenas que tu mismo te has impuesto!
A lo único que le debes tener miedo es a no ser tú mismo,
a dejar pasar tu vida sin hacer lo que quieres,
a desaprovechar esta oportunidad de mostrarte a otros,
de decir lo que piensas, de compartir lo que tienes.
Tú eres parte de la vida y como todos, puedes caminar
con la frente en alto. Los errores del pasado ya han sido
olvidados y los errores del futuro serán perdonados.
Date cuenta de que nadie lleva un registro de tus faltas,
solo tú mismo. Ese juez que te reprocha, ese verdugo
que te castiga, ese mal amigo que siempre te critica,
¡Eres tú mismo! Ya déjate en paz, ya perdónate,
sólo tú puedes lograrlo.
¿Cuándo vas a demostrar tu amor a tus seres queridos?,
¿Cuándo te queden unos minutos de vida?,
¿Cuándo les queden a ellos unos minutos de vida?
El amor que no demuestres hoy, se perderá para siempre.
Recuerda que la vida es tan corta y tan frágil
que no tenemos tiempo que perder en rencores
y estúpidas discusiones.
Hoy es el día de perdonar las ofensas del pasado
y de arreglar las viejas rencillas.
Entrégate a los que amas sin esperar cambiarlos,
acéptalos tal como son y respeta el don más valioso
que han recibido: su libertad.
Disfruta de tus relaciones sin hacer dramas.
Si pretendes que todos hagan lo que tú quieres
o que sean como tú has decidido, si pretendes controlar
a los que te rodean, llenarás tu vida de conflicto.
Permite a otros que tomen sus propias decisiones
como has de tomar las tuyas, tratando siempre
de lograr lo que es mejor para todos.
Así podrás llenar tu vida de armonía.
Y por último:
¿Qué estás esperando para empezar a disfrutar de tu vida?
¿Que se arreglen todos tus problemas?,
¿Que se te quiten todos tus traumas?,
¿Que por fin alguien reconozca tu valía?,
¿Que llegue el amor de tu vida?,
¿Que regrese el que se fue?,
¿Que todo te salga como tú quieres?,
¿Que se acabe la crisis económica?,
¿Que te suceda un milagro?,
¿Que por arte de magia todo sea hermoso y perfecto?
Liturgia – Lecturas del día
Miércoles, 5 de Setiembre de 2012
Somos cooperadores de Dios,
y ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
3, 1-9
Hermanos:
Yo no pude hablarles a ustedes como a hombres espirituales, sino como a hombres carnales, como a quienes todavía son niños en Cristo. Los alimenté con leche y no con alimento sólido, porque aún no podían tolerarlo, como tampoco ahora, ya que siguen siendo carnales. Los celos y discordias que hay entre ustedes, ¿no prueban acaso, que todavía son carnales y se comportan de una manera puramente humana?
Cuando uno dice: «Yo soy de Pablo», y el otro: «Yo de Apolo», ¿acaso no están procediendo como lo haría cualquier hombre?
Después de todo, ¿quién es Apolo, quién es Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales ustedes han creído, y cada uno de ellos lo es según lo que ha recibido del Señor. Yo planté y Apolo regó, pero el que ha hecho crecer es Dios. Ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace crecer. No hay ninguna diferencia entre el que planta y el que riega; sin embargo, cada uno recibirá su salario de acuerdo con el trabajo que haya realizado. Porque nosotros somos cooperadores de Dios, y ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 32, 12-15. 20-21
R. ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!
¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que Él se eligió como herencia!
El Señor observa desde el cielo
y contempla a todos los hombres. R.
Él mira desde su trono
a todos los habitantes de la tierra;
modela el corazón de cada uno
y conoce a fondo todas sus acciones. R.
Nuestra alma espera en el Señor;
Él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro corazón se regocija en Él:
nosotros confiamos en su santo Nombre. R.
EVANGELIO
También a las otras ciudades debo anunciar el Evangelio,
porque para eso he sido enviado
a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
4, 38-44
Al salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y ésta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. De muchos salían demonios gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero Él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Palabra del Señor.
Reflexión
1Cor. 3, 1-9. Dios es el único autor de la salvación. A nosotros, colaboradores suyos, nos ha confiado su Palabra para que, como la mejor de las semillas, la sembremos en el corazón de todas las personas; y para que, mediante la predicación, vayamos empapando día a día el terreno en el que se haya sembrado esa Palabra. Pero el que brote la Vida nueva y crezca hasta producir frutos nuevos de santidad y de justicia, no depende de nosotros sino de Dios. Por eso el apóstol no puede propiciar el que sus oyentes se vayan tras de él despreciando a los demás apóstoles o agentes de pastoral, generando así divisiones en la Iglesia. Sólo somos colaboradores del Evangelio. Cumplamos con amor la Misión que se nos ha confiado. Procuremos que el corazón de aquellos a los que proclamamos la Buena Nueva de salvación no vaya tras de nosotros sino tras de Cristo, hasta llegar, junto con Él, a la Gloria que Dios ofrece a la humanidad entera, y que nosotros no podríamos darles al margen de Cristo.
Sal. 33 (32). El Señor nuestro Dios no sólo nos ha llamado para comunicarnos su Vida y hacernos hijos suyos, sino que también nos ha revelado su Victoria sobre el pecado y la muerte. En Cristo tanto hemos conocido como hemos experimentado el amor de Dios. Los que hemos sido objeto de este amor misericordioso de Dios nos hemos de convertir en sus fieles testigos en el mundo, pues Dios ha querido que por medio de su Iglesia la Victoria de Cristo llegue a todos, hasta el último rincón de la tierra, y puedan, todos, alcanzar la salvación y alabar su Santo Nombre. Cumplamos, pues, con la Misión que el Señor nos ha confiado.
Lc. 4, 38-44. También nosotros debemos encontrarnos con Cristo, para que remedie nuestros males no sólo físicos sino también interiores. Pero no sólo hemos de buscar al Señor para recibir de Él sus dones, sino especialmente para ponernos al servicio de los demás, libres de todo aquello que pudiera torcer nuestras intenciones de servicio, que ha de nacer del amor fraterno y gratuito que hemos de tener a todos; libres de todo aquello que pudiera generar divisiones entre nosotros. No perdamos la conciencia de que la Iglesia ha sido instituida para evangelizar a todas las naciones. No hagamos de la Iglesia una iglesia de grupos o de élites. Trabajemos para que el Evangelio se encarne en el corazón de todas las personas, de tal forma que, libres de todo aquello que les oprime, puedan convertirse en un signo claro y creíble del Evangelio mediante sus palabras, sus obras y su vida misma.
El Señor nos ha reunido en esta Celebración Litúrgica para que seamos testigos cualificados del amor que el Padre Dios nos tiene. Él quiere que la Vida que ha sembrado en nosotros no se quede como una semilla estéril al borde del camino. Él espera de nosotros los frutos abundantes del amor, de la paz y de la justicia, que nos hagan convertirnos en continuadores de la Obra de Salvación de Dios en el mundo. En la Eucaristía el Señor nos libra de nuestras diversas esclavitudes; de aquellas cadenas que nos atan al pecado o al egoísmo, y nos pone en camino, camino de servicio en el amor fraterno, buscando hacer el bien a todos a imagen de como Cristo lo ha hecho a favor de nosotros.
La Iglesia, todos los bautizados, no debemos perder la conciencia de que hemos sido enviados a trabajar por el Reino de Dios. Esta Misión la hemos recibido desde el día en que fuimos incorporados a Cristo mediante el Bautismo. Por eso hemos de ser testigos de Cristo y anunciar su Evangelio en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, contribuyendo a ello tanto con nuestras palabras, como con nuestra oración, nuestro sacrificio, nuestras buenas obras, nuestro ejemplo y nuestra vida misma. En el anuncio del Evangelio no podemos despreciar lo que, antes de nosotros, otros hicieron, pues no somos lo que inventan la obra evangelizadora, sino los que continúan la obra de Dios en el mundo. Así, conforme a la medida de la gracia recibida, cada uno debe esforzarse, fortalecido con el Espíritu Santo, en hacer que día a día nos vayamos viendo cada vez más libres de todo aquello que nos impida vernos como hermanos, y trabajar para que el Reino de Dios se inicie ya desde ahora entre nosotros.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber poner nuestra vida al servicio del Evangelio, tratando, especialmente, de pasar haciendo el bien a todos, conforme al ejemplo que de Cristo hemos recibido. Amén.
Homiliacatolica.com