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3 de Setiembre – No me olvide, Señor – Evangelio tiempo ordinario

Lunes, 3 de setiembre de 2012
Semana 22ª durante el año
1 Corintios 2, 1-5 / Lucas 4, 16-30
Salmo responsorial Sal 118, 97-102
R/. «¡Cuánto amo tu ley, Señor!»

Santoral:
San Gregorio Magno, Beatos Juan Pak,
María Pak, Bárbara Kouen, Bárbara Ni,
María Ni e Inés Kim

No me olvide, Señor

De darte gloria, no solamente con mis palabras,
sino también con mis obras.
De darte alabanza, no porque la necesites,
sino para saber y recordar que Tú existes.

No me olvide, Señor
Que no son mis actos los que me salvan,
sino tu misericordia que sale a mi encuentro.
De llenar mi oración de alegría y de confianza,
para que, nunca el vacío, reine en lo que hago y digo.
De tus mandamientos, oh Señor,
pero sobre todo de lo que ellos me alertan e indican.

Que no me olvide, Señor
De que mis labios vayan en consonancia
con aquellos sentimientos que mi corazón inspira.
Que mi fe, además de decir que creo,
me empuje a vivir como auténtico cristiano.
Que mi palabra, sea débil o fuerte,
ha de estar en armonía con las huellas de mi vida.

Que no me olvide, Señor
De darte el culto que Tú mereces.
De ofrecerte las ofrendas que más agradeces.
De llevarte una vida santa y dichosa,
transparente y purificada por tu gracia.

Que no me olvide, Señor
De acogerte y bendecir tu nombre.
De darte gloria y alabanza,
llevándote, hoy y siempre,
allá por donde avance.
Amén.

P. Javier Leoz

Liturgia – Lecturas del día

Lunes, 3 de Setiembre de 2012

Les anuncié el testimonio de Cristo crucificado

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
2, 1-5

Hermanos:
Cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado.
Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante.
Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 118, 97-102

R. ¡Cuánto amo tu ley, Señor!

¡Cuánto amo tu ley,
todo el día la medito!
Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos,
porque siempre me acompañan. R.

Soy más prudente que todos mis maestros,
porque siempre medito tus prescripciones.
Soy más inteligente que los ancianos,
porque observo tus preceptos. R.

Yo aparto mis pies del mal camino,
para cumplir tu palabra.
No me separo de tus juicios,
porque eres Tú el que me enseñas. R.

EVANGELIO

Él me envió a evangelizar a los pobres…
Ningún profeta es bien recibido en su tierra

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
4, 16-30

Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron, el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».

Todos daban testimonio a favor de Él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Pero Él les respondió: «Sin duda ustedes me citarán el refrán: «Médico, sánate a ti mismo». Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm».
Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio».
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor.

Reflexión

1 Corintios 2,1-5: La Carta primera a los corintios la empezamos a leer el jueves de la semana pasada, y nos acompañará todavía tres semanas. Vimos ya cómo Pablo planteaba el tema de la «sabiduría» humana, la griega, comparada con la cristiana, la espiritual.
Pablo insiste: lo que él ha predicado a los habitantes de Corinto no estaba basado en «sublime elocuencia» ni en «sabiduría humana», sino en «el poder del Espíritu», «el poder de Dios». Se muestra valiente presentando a los griegos, tan satisfechos con su filosofía, la figura de Cristo Jesús, y «éste crucificado», lo que parece la antítesis de la sabiduría y la paradoja mayor para una cultura que aprecia sobre todo la coherencia y la profundidad de un sistema de pensamiento.
El mundo de hoy no parece tampoco tener oídos muy prestos a escuchar el mensaje de Cristo crucificado.
Más bien nos regalamos con palabras bonitas y con sabidurías más o menos persuasivas de este mundo. La comunidad cristiana, desde hace dos mil años, se presenta ante el mundo «débil y temerosa», como Pablo en Grecia, porque sabe, por una parte, que el mensaje que predica es difícil (Cristo crucificado) pero, por otra, que la palabra misma que anuncia tiene una fuerza intrínseca capaz de hacerla fructificar en los ambientes menos predispuestos. Pablo fracasó en Atenas, cuando en el Areópago intentó revestir su mensaje de lenguaje helénico más cuidado. Ahora anuncia la cruz de Cristo.
Para Dios, la fuerza verdadera está en lo sencillo y lo débil. En la cruz de Cristo, símbolo del fracaso y de la fragilidad, está la sabiduría y la clave para la salvación. Una invitación a que no nos dejemos engañar por los señuelos de unas palabras brillantes ni de unas ideologías deslumbrantes.
¿En qué nos apoyamos nosotros: en argumentos filosóficos, en recursos pedagógicos, en la eficacia de los métodos pedagógicos? ¿o en la fuerza del Espíritu de Dios? El salmo nos dice dónde está la fuente del verdadero saber: «tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, soy más docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos, no me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido».

Lucas 4,16-30: Vamos a leer desde hoy hasta el final del Año Cristiano, a las puertas del Adviento, al evangelista Lucas.
Empezamos con su capítulo cuarto, porque en Adviento y Navidad ya lo hicimos con los tres primeros: la anunciación, el nacimiento, la infancia de Jesús y su Bautismo en el Jordán.
Y empezamos con una escena bien significativa, programática, que se puede decir que da sentido a todo el ministerio mesiánico de Jesús: su primera predicación en la sinagoga de su pueblo Nazaret.
Una escena densa, muy bien narrada por Lucas, con una serie de detalles significativos:
– la costumbre de ir a la sinagoga todos los sábados,
– la invitación para que lea (de pie) al profeta; las lecturas de la Ley las hacían los rabinos; las de los profetas las podían hacer los laicos, como Jesús, que hubieran cumplido los treinta años;
– el pasaje de Isaías lo recuerda Lucas, porque es como el programa mesiánico de Jesús: «el Espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para dar la libertad a los oprimidos… para anunciar el año de gracia del Señor»;
– el comentario es del mismo Jesús (sentado), con unas primeras palabras que son como la definición de lo que es una homilía: «hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir»;
– las primeras reacciones de admiración y aprobación por parte de sus paisanos,
– que, sin embargo, quedan bloqueados en su camino de fe porque conocen demasiado a Jesús: «¿no es éste el hijo de José?»;
– la queja de Jesús sobre esta falta de fe, comparada con la acogida que ha encontrado en otros pueblos; cita dos refranes o dichos de la época: «médico, cúrate a ti mismo», y «ningún profeta es bien mirado en su tierra»;
– la segunda reacción, esta vez de ira, ante estas palabras, hasta el punto de querer acabar con él despeñándolo por el barranco;
– pero Jesús «se abrió paso entre ellos y se alejaba».
Jesús aparece desde la primera página como el Enviado de Dios, su Ungido, el lleno del Espíritu. Y aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.
Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. «Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres». En la Plegaria Eucarística IV damos gracias a Dios Padre porque nos ha enviado a su Hijo Jesús, el cual «anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo (la alegría)». Es un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. ¿Es éste también el programa de su comunidad, o sea, de nosotros? ¿se puede decir que estamos anunciando la buena noticia a los pobres? ¿y somos nosotros mismos esos pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?
La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio, acabando en la cruz. Y también de lo que pasará a su Iglesia a lo largo de los siglos, como muy bien se encargó de describir el mismo Lucas en su libro de los Hechos. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección. Pero, mientras tanto, no nos extraña que fracasen muchos de nuestros esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones.
Jesús es en verdad el «año de gracia» que Dios ha preparado para la humanidad, al enviarlo -hace ahora dos mil años- como salvador y «evangelizador». Ojalá también nosotros le miremos como sus paisanos al principio: «toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él». El Jubileo del año 2000 es una nueva ocasión para que esta mirada nuestra hacia Jesús renueve su intensidad y para que nuestro conocimiento de él sea más profundo.
«Hoy se cumple esta Escritura». Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del AT y la del NT, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal y la homilía deben buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación.

J. Aldazabal
Enséñame tus caminos

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