San Martín de Porres «el santo de la escoba» y al Beato Manuel Lozano Garrido ‘Lolo’ «el periodista de la silla de ruedas»
(Desde El Cañamelar, José Ángel Crespo Flor). Tras el día en el que la Iglesia recuerda a todos los fieles difuntos (2 de Noviembre), el calendario nos presenta, el 3 de noviembre, dos ejemplos de cómo se puede alcanzar la santidad haciendo bien las cosas más normales. Nos referimos a los ejemplos de san Martín de Porres y del Beato Manuel Lozano Garrido ‘Lolo’.
Son dos biografías que debemos leer porque constituyen dos buenos ejemplos de cómo se puede alcanzar la gloria, sin hacer nada extraordinario o fuera de lo normal. Una santidad basada en el amor al prójimo, en el sacrificio y en realizar lo cotidiano con un espíritu de servicio a los demás.
Uno de estos ejemplos, Martín de Porres, dominico peruano; el otro ejemplo, mucho más actual, practicamente de nuestros días, Manuel Lozano Garrido ‘Lolo’, laico, periodista, de Acción Católica y de Linares (Jaen). La fiesta de ambos se celebra hoy, 3 de noviembre.
Martín de Porres es aún hoy todo un ejemplo de humildad para la familia dominicana y Manuel Lozano Gárrdo, un ejemplo de entereza, de amor a la Eucaristía, y de amor a servir el Evangelio desde su ‘ser-periodista’. Pero … mejor que mis palabras, les dejo con la biografía de ambos. Es enriquecedora, y desde luego, estoy seguro que su lectura nos hará mucho bien.
FRAY MARTIN DE PORRES
(Lima, 1579 – 1639) Religioso peruano de la orden de los dominicos que fue el primer santo mulato de América. Era hijo de Juan de Porres, hidalgo pobre originario de Burgos, y Ana Velásquez, una negra liberta, natural de Panamá.
Su padre, debido a su pobreza, no podía casarse con una mujer de su condición, lo que no impidió su amancebamiento con Ana Velásquez. Fruto de ella nació también Juana, dos años menor que Martín.
Nacido en el barrio limeño de San Sebastián, Martín de Porres fue bautizado el 9 de diciembre de 1579. El documento bautismal revela que su padre no lo reconoció, pues por ser caballero laico y soltero de una Orden Militar estaba obligado a guardar la continencia de estado.
Hacia 1586, el padre de Martín decidió llevarse a sus dos hijos a Guayaquil con sus parientes. Sin embargo, los parientes sólo aceptaron a Juana, y Martín de Porres hubo de regresar a Lima, donde fue puesto bajo el cuidado de doña Isabel García Michel en el arrabal de Malambo, en la parte baja del barrio de San Lázaro, habitado por negros y otros grupos raciales.
En 1591 recibió el sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo.
Martín inició su aprendizaje de boticario en la casa de Mateo Pastor, quien se casaría con la hija de su tutora. Esta experiencia sería clave para Martín, conocido luego como gran herbolario y curador de enfermos, puesto que los boticarios hacían curaciones menores y administraban remedios para los casos comunes. También fue aprendiz de barbero, oficio que conllevaba conocimientos de cirugía menor.
La proximidad del convento dominico de Nuestra Señora del Rosario y su claustro conventual ejercieron una atracción sobre él. Sin embargo, entrar allí no cambiaría su situación social y el trato que recibiría por ser mulato y bastardo: no podía ser fraile de misa e incluso le prohibieron ser hermano lego.
En 1594, Martín entró en el convento en calidad de aspirante a conventual sin opción al sacerdocio. Dentro del convento fue campanero y es fama que su puntualidad y disciplina en la oración fueron ejemplares.
Más aún, dormía muy poco, entre tres a cuatro horas, y cuentan que, para no olvidarse de sus funciones por el cansancio, un gato de tres colores entraba a la enfermería y empezaba a rasguñarlo avisándole de su deber.
Sus hagiógrafos cuentan que tenía varias devociones, pero sobre todo creía en el Santísimo Sacramento y en la Virgen María, en especial la Virgen del Rosario, Patrona de la Orden dominica y protectora de los mulatos. Martín fue seguidor de los modelos de santidad de Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer.
Sin embargo, a pesar de su encendido fervor y devoción, no desarrolló una línea de misticismo propia. La vida cotidiana del futuro santo era frugal en extremo.
Era muy sobrio en el comer y sencillo en el vestir (usó un simple hábito blanco toda su vida). Se dice que cuando murió no hubo ropa con que amortajarlo, así que lo enterraron con su propio hábito ya roído.
En el convento, Martín ejerció también como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. Su celda quedaba en el claustro de la enfermería. Todo el aprendizaje como herbolario en la botica y como barbero hicieron de Martín un curador de enfermos, sobre todo de los más pobres y necesitados, a quienes no dudaba en regalar la ropa de los enfermos.
Su fama se hizo muy notoria y acudía gente muy necesitada en grandes cantidades. Su labor era amplia: tomaba el pulso, palpaba, vendaba, entablillaba, sacaba muelas, extirpaba lobanillos, suturaba, succionaba heridas sangrantes e imponía las manos con destreza.
En Martín confluyeron las tradiciones medicinales española, andina y africana; solía sembrar en un huerto una variedad de plantas que luego combinaba en remedios para los pobres y enfermos. Debió de empezar su labor como enfermero entre 1604 y 1610.
La vida en el convento estaba regida por la obediencia a sus superiores, pero en el caso de Martín la condición racial también era determinante. Su humildad era puesta a prueba en muchas ocasiones. Parecía tener una concepción muy pobre de sí mismo y hasta como miserable, y por lo tanto digno de malos tratos.
Aunque frecuentaba a la gente de color y a castas, nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas; se dedicó únicamente a practicar la caridad, que hizo extensiva a otros grupos étnicos. Todas estas dificultades no impidieron que Martín fuera un fraile alegre. Sus contemporáneos señalan su semblante alegre y risueño.
Otra de sus facultades fue la videncia. Se cuenta que su hermana Rosa había sustraído una suma de dinero a su esposo, y se encontró con su hermano, el cual inmediatamente le llamó la atención por lo que había hecho.
Su hermana no salía de su asombro, ya que nadie sabía del hurto. También tuvo facultades para predecir la vida propia y ajena, incluido el momento de la muerte.
En línea con la espiritualidad de la época, San Martín de Porres y su coetánea Santa Rosa de Lima practicaron la mortificación del cuerpo. Martín se aplicaba tres disciplinas cada día: en las pantorillas, en las posaderas y en las espaldas, siguiendo un riguroso horario y evitando mermar su salud para el cumplimiento de otras obligaciones.
Llevaba además dos cilicios: una túnica interna de lana entretejida con cerdas de caballo y una cadena ceñida, posiblemente de hierro.
Su preocupación por los pobres fue notable. Se sabe que los desvalidos lo esperaban en la portería para que los curase de sus enfermedades o les diera de comer. Martín trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor privacidad.
La caridad de Martín no se circunscribía a las personas, sino que también se proyectaba a los animales, sobre todo cuando los veía heridos o faltos de alimentos.
Tenía separada en la casa de su hermana un lugar donde albergaba a gatos y perros sarnosos, llagados y enfermos. Parece que los animales le obedecían por particular privilegio de Dios. Uno de los episodios más conocidos de su vida es que hizo comer del mismo plato a un perro, un perico y un gato.
Como se dice de otros santos de la época, Martín también sufrió las apariciones y tentaciones del demonio. Se cuenta que en cierta ocasión bajaba por las escaleras de la enfermería dispuesto a auxiliar a uno de sus hermanos cuando se encontró con el demonio debajo de la escalera.
Martín tuvo que sacar el cinto que llevaba y comenzó a azotar al demonio para que se fuera del convento. También se le atribuyó el don de lenguas, el don de agilidad y el don de volar. Sus compañeros, que lo vigilaban continuamente, veían cómo su cuerpo se iluminaba. Se contó de él que podía estar en dos lugares a la vez y penetrar en los cuerpos sin mayor resistencia.
Hacia 1619 comenzó a sufrir de cuartanas, fiebres muy elevadas que se presentaban cada cuatro días; este mal se le fue agudizando, aunque continuó cumpliendo con sus obligaciones.
Con el correr del tiempo, Martín fue ganando no sólo fama sino que empezó a ser temido. La imaginería popular se desconcertaba ante sucesos sobrenaturales, algunos de ellos no presenciados pero conocidos de oídas.
Por ejemplo, cierto ensamblador llegó a asustarse porque con mucha frecuencia se aparecía sin ser visto. Comenzaron a correr rumores de que deambulaba por el claustro por las noches, rodeado de luces y resplandores. También causaban miedo sus apariciones inesperadas y sus desapariciones inexplicables.
En octubre de 1639, Martín de Porres cayó enfermo de tabardillo pestilencial. Murió el 3 de noviembre de ese año. Hubo gran conmoción entre la gente, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan excesiva que obligó a hacer un rápido entierro.
A pesar de la biografía ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en devoción fundamental de las castas y gentes de color, la sociedad colonial no lo llevaría a los altares. Su proceso de beatificación terminó en 1962, bajo el papado de Pablo VI.
BEATO MANUEL LOZANO GARRIDO ‘LOLO’
Joven de Acción Católica, periodista y escritor, en silla de ruedas durante más de 28 años, y ciego durante sus últimos 9 años. Comunicador de alegría a los jóvenes desde su invalidez.
Cuando se presentó en Madrid su biografía, “Lolo, un ciego a los altares”, escrita por Juan Rubio Fernández, el Cardenal Javierre decía: “Conociendo la predilección que nutre el Papa con los jóvenes y enfermos, cabe imaginar el gozo con que Juan Pablo II habrá de dar su bienvenida a Lolo, al hacer su ingreso en la Congregación de los Santos…”
Y añadía: “No es difícil suponer la alegría que le espera a Juan Pablo II viendo a un inválido ascender a la gloria de Bernini. Conviene que la Congregación de los Santos convierta las
escaleras en rampas.
No me consta de precedentes de una subida en silla de ruedas. Por ello me encanta pensar que la Providencia haya reservado a “LOLO” el privilegio de semejante primado”.
1.- PERO ¿QUIÉN ES LOLO?
Lolo fue un joven de Acción Católica, Nació en Linares (Jaén. España) en 1920. A los 22 años una parálisis progresiva le sentó en un sillón de ruedas. Su inmovilidad fue total. Los últimos nueve años, también ciego.
Pero Lolo fue un joven seglar, un cristiano que se tomó en serio el Evangelio, o como decía de él el Padre Martín Descalzo: “Se dedicaba a ser cristiano. Se dedicaba a creer”.
Tan en serio se tomaba el Evangelio que un día el Hno. Robert de Taizé se acercó a su casa. Lo vio. Lo oyó hablar.
Miró aquel cuerpecillo agarrotado. Tomó la pluma y escribió, en la pantalla de la lámpara que alumbraba desde el rincón la mesa donde Lolo trabajaba: “Lolo, sacramento del dolor”.
Pero este joven de A.C., que mantuvo la perenne alegría en su permanente sonrisa, “varón de dolores” y sin embargo sembrador de alegría en los cientos de jóvenes y adultos que se
acercaban a él en busca de consejo, tenía un secreto: “El secreto de Lolo”, es el título de la biografía infantil en comic publicada por Blanca Aguilar.
2.- ¿CUAL ES EL SECRETO DE LOLO QUE LE HACÍA VIVIR LA ALEGRÍA EN EL DOLOR?
(“La alegría vivida en el dolor”, biografía de Lolo).
Lolo había sido un joven amante del deporte y de la naturaleza; alegre en sus travesuras infantiles y más alegre aún en sus juegos de juventud cuando comenzó a abrirse a la vida, a desear “devorar” apostólicamente el mundo.
Se había formado apóstol en el centro de jóvenes de la Acción Católica de Linares por los años de la década de 1930. “Para él la Acción Católica lo era todo”.
En la A.C. aprendió a amar con locura a la Virgen Nuestra Señora. De ella escribirá bellísimas páginas llenas de ternura y filial amor a lo largo de sus 28 años de escritor y periodista inválido.
En la A.C. curtió su fervor eucarístico que le marcó para toda la vida. Ahí quedan sus escritos sobre la fiesta del Corpus Christi, sobre el Jueves Santo o sobre el sacerdocio. Ya paralítico desde el balcón de su casa, situada justamente enfrente de las puertas de la Parroquia de Santa María de Linares, donde él fue bautizado y donde ahora reposan sus restos mortales- desde el balcón hacía un alto en sus trabajos de escritor paralítico y decía: “Ahora –frente a frente con el Sagrario- voy a echar con Él un parrafillo”.
3. – LA EXPERIENCIA EUCARÍSTICA DE LOLO,
Que en su adolescencia le convirtió en otro “Tarsicio” llevando clandestinamente la Eucaristía durante la guerra, se hace en él más profunda cuando pasa la noche entera del Jueves Santo en prisión adorando al Señor Sacramentado que le habían pasado oculto en un ramo de flores.
La Eucaristía marcó a Lolo hasta los tuétanos. ¡Qué bellamente lo describe Martín Descalzo: “Misa en casa de Manolo”!; porque Lolo, que había descubierto lo que la Eucaristía es para la Iglesia y en la vida de cada cristiano, ya no podrá pasar sin tener cada día “Mesa redonda con Dios”; ese es el título de uno de sus libros.
La Eucaristía es para Lolo fortaleza en su debilidad y alegría en su dolor, fuente de su inquietud apostólica y manantial para su pluma.
4. – APÓSTOL
Este Lolo, joven, apostólicamente comprometido en época de hostilidad e incluso de persecución religiosa, recorre pueblos como propagandista de la Acción Católica; no duda en lanzarse a evangelizar desde la radio; se enamora de Cristo y le dice: “Un préstamo: déjame tu corazón… no para el egoísmo de realizarlo todo fácil y sin esfuerzo, sino para hacer bueno ese deber que es amarte a tu medida”, como dice en “Las golondrinas nunca saben la hora”, otro de sus libros.
Este Lolo, inquieto y andariego, recibe la visita del dolor: “Aparentemente el dolor cambió mi destino de modo radical. Dejé las aulas, colgué mi título, fui reducido a la soledad y el silencio.
El periodista que quise ser no ingresó en la Escuela; el pequeño apóstol que soñaba llegar a ser dejó de ir a los barrios; pero mi ideal y mi vocación los tengo ahora delante, con una plenitud que nunca pudiera soñar”. Así escribe en “Cartas con la señal de la Cruz”.
5. – INVÁLIDO
Este apóstol de la A.C. recibe de Dios “la vocación de enfermo”: “Mi profesión: inválido”.
Y es tal su invalidez que día a día va perdiendo todos sus movimientos. Su cuerpo se convierte en un amasijo retorcido de huesos doloridos; pero nunca se queja ni habla de sí mismo.
Cuando pierde el movimiento de la mano derecha, aprende a escribir con la izquierda. Cuando también la izquierda se paraliza, dicta a un magnetófono y así se convierte en escritor y periodista incansable desde su silla de ruedas.
6.- ESCRITOR Y PERIODISTA
Hay dos anécdotas que no quiero omitir. Cuando aún podía mover algo los dedos le regalaron una máquina de escribir. ¿Lo primero que escribió en ella?: “Señor, gracias.
La primera palabra, tu nombre; que sea siempre la fuerza y el alma de esta máquina… Que tu luz y tu transparencia estén siempre en la mente y en el corazón de todos los que trabajen en ella, para que lo que se haga sea noble, limpio y esperanzador”.
Y cuando recibe permiso para que en su “mesa redonda” se pueda celebrar la Misa tuvo esta corazonada: “Tráete la máquina de escribir”. -¿Para qué ahora? ¡Estás loco! – “Qué sí, ea; aprisa; te la traes y la metes debajo de la mesa, para que así el tronco de la Cruz se clave en el teclado y eche allí mismo sus raíces”.
¡Las raíces! ¡Y cómo arraigaron en su vida y cuánto fruto dieron!
7. – “SINAÍ”
Desde su rincón inmóvil, desde su silla de ruedas, Lolo se convierte en periodista y escritor.
Es más, funda una obra pía: “Sinaí”, grupos de oración por la prensa; cada 12 enfermos junto con un monasterio de clausura toman sobre sí el “cuidado espiritual” de un concreto medio de comunicación social y así hasta 300 enfermos incurables a los que Lolo une, alienta, a través de la revista mensual que para ellos escribe.
De este modo –igual que Moisés mientras oraba con los brazos levantados en el Sinaí para ayudar a Israel- todos esos enfermos que “no pueden levantar ni sus brazos ni andar con sus pies” se convierten sin embargo en apoyo cristiano y apostólico para los periodistas.
Escribió el “Decálogo del periodista” y “La oración por los periodistas”, porque Lolo fue un periodista cristiano desde una doble vertiente: porque habló de temas religiosos, pero “muy también y más” porque supo hablar de todo y de cualquier cosa desde la doctrina de la Iglesia, desde el enfoque de la fe: minería y urbanismo; escolarización, monocultivo y agricultura; crónicas de la ciudad o evolución del universo…
8. – UN ENFERMO QUE TRABAJA CADA DÍA
Lolo “se hace” periodista y escritor. “Gano mi pan con el sudor de mi frente”, dice cuando recibe uno de sus múltiples premios literarios. Escribe 9 libros de espiritualidad, diarios, ensayos, una novela autobiográfica, y cientos de artículos en la prensa nacional y provincial.
Lolo es un trabajador dolorido o un enfermo que trabaja de sol a sol. En su vida se mezcla año tras año, en una única trenza, el trabajo arduo y la enfermedad aguda. Pero en su vida, como su gran secreto, está la piedad mariana y eucarística, de la que brota un amor apasionado por la Iglesia y un apostolado incansable “sin moverse de su sillón de ruedas”.
9. – SU AMOR A LA IGLESIA
Porque en Lolo, para concluir, hay que decir que se desarrolló, día a día, su amor a la Iglesia al compás del caminar de los días en que la Iglesia “estaba en Concilio”.
¡Con qué avidez “leía” ya ciego oyendo las crónicas y las reflexiones de los Padres y de los teólogos del Vaticano II y con qué profundidad penetró en el espíritu conciliar!
10.- ALEGRÍA CONTAGIOSA
En su vida fue calando el valor del dolor como aceptación en paz y gozo de los planes de Dios. Entonces su vida de cada día, su contacto con las gentes, se convierte en alegría contagiosa.
A los pies de la gruta de Lourdes, Lolo peregrino-enfermo, le dijo a la Señora: “Te ofrezco la alegría, la bendita alegría”. Y la Señora sembró y multiplicó en él la semilla de la alegría, del buen humor, que él trasmitía a quien se acercaba a su sillón de ruedas.
11.- LO EXTRAORDINARIO VIVIDO CON NORMALIDAD
En Lolo creció una dimensión de su vida que fue hacer de lo extraordinario (que eran aquellos grandísimos dolores de su enfermedad; su médico le decía “eres el enfermo grave que goza de más buena salud”), hacer que aquello extraordinario pareciera “ordinario” por la normalidad rutinaria con que vivía sus circunstancias terribles.
Lo extraordinario de Lolo es que aquella situación tan dura él la convirtió en “aparente” normalidad. ¡Como si fuera un hombre sano y fuerte! Era como un Job del siglo XX.
12. – CONSEJERO DE JÓVENES
Hasta su casa se llegaban personas de toda clase social y condición: intelectuales y trabajadores; sacerdotes y enfermos… Pero sobre todo eran jóvenes los que más frecuentaban su amistad.
Para ellos tenía Lolo una sensibilidad especial. Para ellos era “el amigo siempre alegre, el comunicador de alegría”.
Dice de él uno de aquellos jóvenes: “Afectuoso, sonriente…, se interesó por mi vida, por mi familia, por mis proyectos, por mi trabajo…; me sinceré con él y le conté toda mi vida y mis inquietudes; y me habló de un Dios PADRE que comprende y perdona; me habló de la necesidad de dar testimonio cristiano, de lo indispensable que es el amor por los demás… y yo, cada vez que lo visitaba, me iba sintiendo más alegre, encontrando la felicidad que yo buscaba…”.
Y así se expresan muchos de los jóvenes que se acercaban hasta él, estudiantes jovencísimos o mineros de Linares, universitarios, oficinistas… El corazón de Lolo era tan grande que cada vez le iban entrando más y más amigos.
13. DÍA 3 DE NOVIEMBRE DE 1971
Su vida se apagó el día 3 de noviembre de 1971. Era el día de San Martín de Porres, “Fray Escoba”, el santo que había crecido en la santidad en un rinconcito del convento, como Lolo que había vivido toda su vida en el metro cuadrado que ocupaba su sillón de inválido.
Mientras, a su lado, yo, Rafael Higueras Álamo, sacerdote y Consiliario de la Asociación de amigos de LOLO, que tuve el gozo de estar 9 años cerca de él, rezaba con él el Padre Nuestro y decía con él a María Santísima: “Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”. Y en esos momentos se paró su corazón “que no le cabía en el pecho” como le decía el médico siempre que lo auscultaba.
Doce años antes, el mismo día 3 de noviembre, Lolo había escrito: “Hoy el día sabe a andén de ferrocarril, cuando llega el tren y se baja el amigo a quien hace mucho tiempo no veíamos. Ya tú estás aquí, sentado junto a mi sillón, y yo te echo el brazo efusivamente por los hombros…” (Así escribió en su libro “Dios habla todos los días”).
Había llegado el momento del abrazo efusivo con Dios a quien había amado y a quien, crucificado con su cruz de prolongada y dura enfermedad, él se había ofrecido como amigo.
Quienes le conocieron en vida recogieron su herencia. Han reeditado todas sus obras escritas; han constituido una asociación canónica que promueve su canonización. Habiendo conocido su sencillez franciscana, quizá él ahora desde el cielo mire y se sonría con humor.
14. 17 de DICIEMBRE de 2007 – 12 de JUNIO de 2010
El día 17 de diciembre de 2007, el Papa Benedicto XVI, declaró heróica la vida y virtudes del Venerable Manuel Lozano Garrido «Lolo».
En enero de 2008, la Congregación para las Causas de los Santos, comenzó el estudio del proceso «súper miro». Es esa la norma de la Santa Sede: Hasta que no se ha aprobado la heroicidad de la vida y virtudes, no se entra a estudiar el carácter milagroso del hecho atribuido a la intercesión del «ya Venerable».
Tras la reunión del Colegio Médico y de los Teólogos-Jueces, los PP. Cardenales y Obispos, en sesión del 29 de septiembre de 2009, aprobaron como milagro, atribuido al Venerable Manuel Lozano Garrido, la curación estudiada.
Finalmente, el Santo Padre Benedicto XVI, el 19 de diciembre de 2009, refrendó la decisión de los PP. Cardenales y se firmó el decreto por el que se aprobaba definitivamente el milagro atribuido a Lolo.
Lolo, seglar, joven de Acción Católica, periodista y escritor cristiano, inválido total, y ciego, de profundo espíritu eucarístico y mariano, hijo amante de la Iglesia, alegre en el dolor, apóstol y consejero,… ¡Esa es su tarjeta de visita!
El día 12 de junio de 2010, en Linares, fue declarado Beato, en nombre del Santo Padre, por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Monseñor Ángelo Amato.
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