¡Viviré cada día, Señor!
Como si fuera el primero, y a la vez,
el último de mi existencia.
Dándote gracias, por lo mucho que me das,
y soportando, las pequeñas cruces
que –grandes o diminutas– caen sobre mi hombro.
Sentiré cada día, Señor,
tu fuerza que me empuja y me levanta,
tu poder que es más grande que toda mi debilidad,
tu presencia, que me garantiza un futuro,
tus promesas, que me animan en mis ideales.
Daré gracias a tu nombre, Señor,
porque, tu Palabra, me habla de un final feliz,
de cosecha abundante y rica,
de premio merecido a quién hizo buen combate,
de una primavera eterna, después de este invierno.
¡Viviré cada día, Señor!
Como el vigilante que guarda un gran tesoro.
Como el vigilante que, ante el horizonte,
grita una y otra vez: ¡Tierra a la vista!
L a tierra de la Ciudad Eterna.
La tierra donde todo es eterno.
La tierra donde brilla Dios en su plenitud.
La tierra de la paz que no conoce la guerra.
La tierra donde habita Aquel que se encarnó.
La tierra donde todo es familia y felicidad.
¡Viviré cada día, Señor!
Sabiendo que, un día más, es un día menos.
Un día más en el mundo,
pero un día menos para estar cerca de Ti.
Un día más para hacer el bien,
y un día menos en el intento de haber cambiado.
Un día más para emplearme a fondo,
o un día menos para buscar lo eterno.
¡Viviré cada día, Señor!
Sabiendo que, al final, y como buen final,
me aguardas y me esperas Tú.
Amén.
P. Javier Leoz
19 de Noviembre – Viviré cada día, Señor – Evangelio tiempo ordinario
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