Brotará la esperanza
Durante la Segunda Guerra Mundial, Victor Frank
llegó al campo de concentración. La secreta razón
por la que él no quería suicidarse era que tenía
dos metas específicas: encontrarse con su familia
y escribir un libro.
“El error de la gente, dice Frank, es preguntarse:
¿Qué puedo esperar de la vida? Cuando el acierto
está en preguntarse: ¿Qué está esperando la vida de mí?”
Vivimos de rentas. A veces almacenamos esperanza,
pero poco a poco vamos agotándola y no la reponemos
en nuestro caminar. Es preciso, pues, soñar; pero es,
sobre todo, necesario renovar nuestra esperanza
en Dios y seguir trabajando.
Isaías fue un profeta soñador.
Soñó que todas las naciones se dejarían
instruir por Dios y desde ahí podrían caminar
por las sendas de la paz y del amor.
Soñó que todas las personas se podrían
dar la mano, podrían hacer de las lanzas podaderas,
que a los niños se les enseñaría a cuidar
y defender la paz y no a adiestrarse para la guerra.
La historia ha tenido grandes soñadores.
También cuentan los pequeños, los que con su vida
purifican el aire de odio, rencor, violencia…
Estos soñadores esperan un presente y un futuro mejor.
Así, hay madres que esperan ver al niño que llevan
en las entrañas, jóvenes enamorados que se desean
y se buscan, enfermos que anhelan una buena noticia
del médico…
Si hay gente y lugares de esperanza, también hay
rostros que de alguna forma proclaman con sus vidas
que no es posible la esperanza. Son personas abatidas,
destrozadas, sin ganas de respirar ni de vivir.
Se han cansado de caminar, de luchar y,
por supuesto, de soñar.
Hay infinidad de rostros como el del ludópata
que se ha arruinado, el del padre de familia
que perdió el trabajo, el del hincha que contempla
la derrota de su equipo, el del enfermo que no tiene cura,
el del drogadicto que, a pesar de las promesas,
no logra salir de la adicción.
Toda esta gente manifiesta
una angustiosa búsqueda de sentido, necesidad
de interioridad, deseo de aprender nuevas formas
y de encontrar esperanza.
La esperanza es gozosa, paciente y confiada.
Gozosa por el bien que se espera y por la ilusión
con que se espera. La alegría y la paciencia son dos alas
que nos permiten volar por encima de todas las dificultades.
La esperanza cristiana tiene un fundamento último
en Dios que no nos puede fallar, porque
“es imposible que Dios mienta” (Hb 6,18),
porque “Él permanece fiel” (2 Tm 2,13).
Debemos esperar con paciencia y confianza un mundo mejor,
y debemos hacerlo con una espera activa y colectiva.
Debemos esperar como la madre, el enfermo, el preso…
como tanta gente que vive de esperanza.
Es necesario que brote la esperanza en nuestras vidas.
“Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo;
con el deseo, ensancha el alma, y, ensanchándola,
la hace capaz de sus dones. Deseemos, pues,
hermanos, ya que hemos de ser colmados” (San Agustín).
Y junto a esos deseos hay que pedir, también, al Señor,
que fortifique los corazones, que haga fuertes las rodillas
de los débiles, que cure las heridas de los enfermos,
que devuelva la alegría y la esperanza a los tristes y deprimidos.
Si abrimos la puerta a la esperanza, todo recobra luz y color;
todo se llena de sentido y la vida brota en pleno invierno.
Cada día se nos repite: “Saldrá una rama del tronco de Jesé
y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará
el espíritu del Señor” (Isaías 11, 1)
Y Él podrá llenarlo todo
de espíritu nuevo, de ideales nuevos, de valores nuevos,
de gracia. Esperamos un cielo nuevo y una nueva
tierra que, entre todos, podemos hacer realidad.
P. Eusebio Gómez Navarro OCD
16 de Octubre – Brotará la esperanza
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 1-8
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