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16 DE ABRIL: FESTIVIDAD DE SANTA BERNARDITA SOUBIROUS

16 DE ABRIL: FESTIVIDAD DE SANTA BERNARDITA SOUBIROUS

(Desde El Cañamelar y El Rosario, José Ángel Crespo Flor).- La Iglesia de fuera de Francia celebra el día en honor de Bernardita Soubirous el 16 de abril.

Ese día tenemos que poner nuestra mirada en aquella chiquilla de Lourdes que, agraciada por la Inmaculada, se convirtió en todo un símbolo. Símbolo que hoy todavía perdura y símbolo que ha hecho de Lourdes una de las capitales mundiales de la devoción mariana. Menuda de estatura es toda una gigante de la Iglesia que supo transmitir lo que la Señora le iba diciendo aunque ello, le acarreó numerosos disgustos y muchas broncas.

Hoy, 16 de abril, tenemos que tener una mirada desde aquí, en aquella Gruta de Massabielle que todos los años convoca a miles y miles de hombres y mujeres de todo el mundo.

En Lourdes es Fiesta pero los que cada año vamos a Lourdes tenemos que tener este día, 16 de abril, marcado en rojo y debemos de asistir a Misa pensando en el bien que le hizo la Inmaculada a aquella Chiquilla. Un bien que hoy ha convertido a Lourdes en una de las capitales mundiales de la devoción mariana.

Desde este blog no queremos dejar pasar la ocasión de celebrar este día y para ello hemos creído oportuno rememorar la biografía de Bernardita Soubirous, una de las mujeres santas que ha dado la Iglesia del siglo XIX .

Junto a la biografía vamos a recordar los Misterios del Rosario que se rezan hoy: los Dolorosos y para ello vamos a rescatar las plegarias que, de estos Misterios, ha realizado el periodista y sacerdote Antonio Díaz Tortajada. Como verán todo para que vivamos a lo largo del día lo que es y significa Lourdes para el cristiano: un lugar de encuentro, de oración, de redescubrimiento de uno mismo, de amistad, convivencia y sufrimiento. Un lugar, en resumidas cuentas, que hay que conocer.

LA BIOGRAFÍA de SANTA BERNARDITA

Nació en Lourdes (Francia) en 1844. Hija de padres supremamente pobres. En el bautismo le pusieron por nombre María Bernarda (nombre que ella empleará después cuando sea religiosa) pero todos la llamaban Bernardita.

Era la mayor de varios hermanos. Sus padres vivían en un sótano húmedo y miserable, y el papá tenía por oficio botar la basura del hospital. La niña tuvo siempre muy débil salud a causa de la falta de alimentación suficiente, y del estado lamentablemente pobre de la habitación donde moraba. En los primeros años sufrió la enfermedad de cólera que la dejó sumamente debilitada. A causa también del clima terriblemente frío en invierno, en aquella región, Bernardita adquirió desde los diez años la enfermedad del asma, que al comprimir los bronquios produce continuos ahogos y falta de respiración.

Esta enfermedad la acompañará y la atormentará toda su vida. Al final de su existencia sufrirá también de tuberculosis. En ella se cumplieron aquellas palabras de Jesús: «Mi Padre, el árbol que más quiere, más lo poda (con sufrimientos) para que produzca más frutos» (Jn. 15).

En Bernardita se cumplió aquello que dijo San Pablo: «Dios escoge a lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir las vanidades del mundo». Bernardita a los 14 años no sabía leer ni escribir ni había hecho la Primera Comunión porque no había logrado aprenderse el catecismo. Pero tenía unas grandes cualidades: rezaba mucho a la Virgen y jamás decía una mentira.

Un día ve unas ovejas con una mancha verde sobre la lana y pregunta al papá: ¿Por qué tienen esa mancha verde? El papá queriendo chancearse, le responde: «Es que se indigestaron por comer demasiado pasto». La muchachita se pone a llorar y exclama: «Pobres ovejas, se van a reventar». Y entonces el señor Soubirous le dice que era una mentirilla. Una compañera le dice: «Es necesario ser muy tonta para creer que eso que le dijo su padre era verdad». Y Bernardita le responde: ¡Es que como yo jamás he dicho una mentira, me imaginé que los demás tampoco las decían nunca!

Desde el 11 de febrero de 1859 hasta el 16 de julio del mismo año, la Sma. Virgen se le aparece 18 veces a Bernardita. Las apariciones las podemos leer en detalle en el día 11 de febrero. Nuestra Señora le dijo: «No te voy a hacer feliz en esta vida, pero sí en la otra». Y así sucedió . La vida de la jovencita, después de las apariciones estuvo llena de enfermedades, penalidades y humillaciones, pero con todo esto fue adquiriendo un grado de santidad tan grande que se ganó enorme premio para el cielo.

Las gentes le llevaban dinero, después de que supieron que la Virgen Santísima se le había aparecido, pero ella jamás quiso recibir nada. Nuestra Señora le había contado tres secretos, que ella jamás quiso contar a nadie. Probablemente uno de estos secretos era que no debería recibir dineros ni regalos de nadie y el otro, que no hiciera nunca nada que atrajera hacia ella las miradas. Por eso se conservó siempre muy pobre y apartada de toda exhibición. Ella no era hermosa, pero después de las apariciones, sus ojos tenían un brillo que admiraba a todos.

Le costaba mucho salir a recibir visitas porque todos le preguntaban siempre lo mismo y hasta algunos declaraban que no creían en lo que ella había visto. Cuando la mamá la llamaba a atender alguna visita, ella se estremecía y a veces se echaba a llorar. «Vaya «, le decía la señora, ¡tenga valor! Y la jovencita se secaba las lágrimas y salía a atender a los visitantes demostrando alegría y mucha paciencia, como si aquello no le costara ningún sacrificio.

Para burlarse de ella porque la Virgen le había dicho que masticara unas hierbas amargas, como sacrificio, el sr. alcalde le dijo: ¿Es que la confundieron con una ternera? Y la niña le respondió: ¿Señor alcalde, a usted si le sirven lechugas en el almuerzo? «Claro que sí» ¿Y es que lo confunden con un ternero? Todos rieron y se dieron cuenta de que era humilde pero no era tonta

Santa BernarditaBernardita pidió ser admitida en la Comunidad de Hijas de la Caridad de Nevers. Demoraron en admitirla porque su salud era muy débil. Pero al fin la admitieron. A los 4 meses de estar en la comunidad estuvo a punto de morir por un ataque de asma, y le recibieron sus votos religiosos, pero enseguida curó.

En la comunidad hizo de enfermera y de sacristana, y después por nueve años estuvo sufriendo una muy dolorosa enfermedad. Cuando le llegaban los más terribles ataques exclamaba: «Lo que le pido a Nuestro Señor no es que me conceda la salud, sino que me conceda valor y fortaleza para soportar con paciencia mi enfermedad. Para cumplir lo que recomendó la Sma. Virgen, ofrezco mis sufrimientos como penitencia por la conversión de los pecadores».

Uno de los medios que Dios tiene para que las personas santas lleguen a un altísimo grado de perfección, consiste en permitir que les llegue la incomprensión, y muchas veces de parte de personas que están en altos puestos y que al hacerles la persecución piensan que con esto están haciendo una obra buena.

Bernardita tuvo por superiora durante los primeros años de religiosa a una mujer que le tenía una antipatía total y casi todo lo que ella hacía lo juzgaba negativamente. Así, por ejemplo, a causa de un fuerte y continuo dolor que la joven sufría en una rodilla, tenía que cojear un poco. Pues bien, la superiora decía que Bernardita cojeaba para que la gente al ver las religiosas pudiera distinguir desde lejos cuál era la que había visto a la Virgen. Y así en un sinnúmero de detalles desagradables la hacía sufrir. Y ella jamás se quejaba ni se disgustaba por todo esto. Recordaba muy bien la noticia que le había dado la Madre de Dios: «No te haré feliz en esta vida, pero sí en la otra».

Duró quince años de religiosa. Los primeros 6 años estuvo trabajando, pero fue tratada con mucha indiferencia por las superioras. Después los otros 9 años padeció noche y día de dos terribles enfermedades: el asma y la tuberculosis. Cuando llegaba el invierno, con un frío de varios grados bajo cero, se ahogaba continuamente y su vida era un continuo sufrir.

Deseaba mucho volver a Lourdes, pero desde el día en que fue a visitar la Gruta por última vez para irse de religiosa, jamás volvió por allí. Ella repetía: «Ah quién pudiera ir hasta allá, sin ser vista. Cuando se ha visto una vez a la Sma. Virgen, se estaría dispuesto a cualquier sacrificio con tal de volverla a ver. Tan bella es».

Al llegar a la Comunidad reunieron a las religiosas y le pidieron que les contara cómo habían sido las apariciones de la Virgen. Luego le prohibieron volver a hablar de esto, y en los 15 años de religiosa ya no se le permitió tratar este tema. Son sacrificios que a los santos les preparan altísimo puesto en el cielo.

Cuando ya le faltaba poco para morir, llegó un obispo a visitarla y le dijo que iba camino de Roma, que le escribiera una carta al Santo Padre para que le enviara una bendición, y que él la llevaría personalmente. Bernardita, con mano temblorosa, escribe: «Santo Padre, qué atrevimiento, que yo una pobre hermanita le escriba al Sumo Pontífice. Pero el Sr. Obispo me ha mandado que lo haga. Le pido una bendición especial para esta pobre enferma». A vuelta del viaje el Sr. Obispo le trajo una bendición especialísima del Papa y un crucifijo de plata que le enviaba de regalo el Santo Padre.

El 16 de abril de 1879, exclamó emocionada: «Yo vi la Virgen. Sí, la vi, la vi ¡Que hermosa era!» Y después de unos momentos de silencio exclamó emocionada: «Ruega Señora por esta pobre pecadora», y apretando el crucifijo sobre su corazón se quedó muerta. Tenía apenas 35 años.

A los funerales de Bernardita asistió una muchedumbre inmensa. Y ella empezó a conseguir milagros de Dios en favor de los que le pedían su ayuda. Y el 8 de diciembre de 1933, el Santo Padre Pío Once la declaró santa.

Bernardita: tú que tuviste la dicha de ver a la Sma. Virgen aquí en la tierra, haz que nosotros tengamos la dicha de verla y acompañarla para siempre en el cielo.

MISTERIOS DOLOROSOS DEL SANTO ROSARIO (SE REZAN LOS MARTES Y VIERNES)

1. La oración del Señor en Getsemani. (Lc 22, 39-46)
María: Estuviste muy cerca de las huellas
que tu Hijo marcaba por los caminos de Galilea.
El dolor y la soledad te acompañaron a lo largo de tu vida.
Llegado al umbral de su Pascua,
Jesús está en presencia del Padre,
había llegado su hora,
aquella hora que tu forzaste anticipar en Caná de Galilea.
―Ha llegado la hora‖
la hora prevista desde el principio,
anunciada a los discípulos,
que no se parece a ninguna otra hora,
que contiene y las compendia todas
justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre.
Aquella hora da miedo pero no se apaga su esperanza.
De este miedo no se te oculta nada, María.
El dolor que vive tu Hijo encima de aquella roca
a los pies de un olivo
produce en tus entrañas miedo, terror y repugnancia.
Pero allí, en el culmen de la angustia,
Jesús, como tu, Madre del dolor,
se refugia en el Padre con la oración.
En Getsemaní, entre los olivos y en aquella tarde,
la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo extenuante,
tan áspero que en el rostro de Jesús
el sudor se transforma en sangre.
La vida de tu Hijo es un mar embravecido cuyas dimensiones sobrepasan cuanto nosotros podemos imaginar.
Es la hora de Getsemaní.
Es también tu hora María:
La del dolor y la sangre.
Toda la historia del pecado de la humanidad
pesa sobre vuestras espaldas.
Es el precio del rescate.
Y Jesús osa una vez más, ante del Padre,
manifestar la turbación que lo invade:
―¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz!
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya‖.
Dos voluntades se enfrentan por un momento
para confluir luego
en un abandono de amor ya anunciado por Jesús:
―Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre,
y que lo que el Padre me manda, yo lo hago‖.
María del huerto de los Olivos:
Que sepamos beber a ojos cerrados el cáliz de tu hijo Jesús,
sin querer saber lo que hay dentro.
Nos basta, como a ti, saber que es el cáliz de Jesús.
Una vez más enséñanos a hacer la voluntad del Padre,
Aunque esta esté cargada de sudor, lágrimas y sangre.
Amén.

2. La flagelación del Señor. (Jn 18, 33, 19;1)
María: Tu corazón empieza a sufrir.
Comienza la pasión dolorosa de tu Hijo.
Primero la desnudez: Jesús es despojado de su dignidad.
Después los azotes: El cuerpo se cubre de sangre.
A la condena inicua se añade el ultraje de la flagelación.
Jesús entregado en manos de los hombres,
su cuerpo es desfigurado.
Aquel cuerpo nacido de tus entrañas
qué hizo de Jesús el más bello de los hijos de Adán,
qué dispensó la unción de la Palabra
―la gracia está derramada en tus labios‖—
ahora es golpeado cruelmente por el látigo.
Es el precio del rescate humano.
El rostro transfigurado en el Tabor
es desfigurado en el pretorio:
Rostro de quién, insultado, no responde;
de quién, golpeado, perdona;
de quién, hecho esclavo sin nombre,
libera a cuantos sufren la esclavitud.
Es el precio del rescate humano.
Jesús camina decididamente por la vía del dolor,
cumpliendo en carne viva,
hecha viva voz, la profecía de Isaías:
―Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos‖
Profecía que se abre a un futuro de transfiguración.
María: Madre de Jesús despojado de su dignidad
–reflejo de la gloria del Padre, impronta de su ser—
y Madre de tantos hermanos profanados en su cuerpo,
tú aceptaste asumir el dolor
hasta el último trago al contemplar a tu Hijo,
ser reducido a un pedazo de hombre,
un condenado al suplicio, que mueve a piedad.
Es el precio del rescate humano.
Y queréis apurar y beber solo vosotros el cáliz de la pasión.
Que tu dolor de Madre cure las heridas de nuestros pecados,
y junto a todos aquellos que son despreciados injustamente o marginados o a cuantos han sido desfigurados
por la tortura o la enfermedad,
comprendamos que, crucificados al mundo
como tu Hijo y como tú, Madre dolorosa,
podamos llevar a cabo lo que falta a la pasión y muerte
de Jesús tu Hijo para la salvación del hombre.
Amén.

3.- La coronación de espinas. (Mt 27, 29-30)
María alforja de nuestro dolor:
La historia del dolor de tu Hijo sigue en marcha.
El cielo se retira y el dolor queda.
Junto a la flagelación
que desgarraba su carne a pedazos, ahora viene la burla.
La corona de espinas que colocan sobre su cabeza,
además de causar dolores agudísimos,
constituía también una burla
a la realeza del divino prisionero,
así como los escupitajos y los puñetazos que le regalan.
Torturas tremendas siguen surgiendo
de la crueldad del corazón humano.
Y torturas tremendas seguimos realizando
en tu corazón de Madre.
Cada espina en la cabeza de tu Hijo,
es un desgarro en tu corazón de corredentora.
La inhumanidad alcanza nuevas cumbres.
Jesús es coronado de espinas.
La historia está llena de odio y de guerras.
También hoy somos testigos
de violencias más allá de lo creíble:
Homicidios, violencias sobre mujeres y niños,
raptos, extorsiones, conflictos étnicos,
violencia urbana, torturas físicas y mentales,
violaciones de los derechos humanos.
Y tu Madre, junto con Jesús seguís sufriendo
cuando los creyentes son perseguidos,
cuando la justicia se administra
de modo torcido en los tribunales,
cuando se arraiga la corrupción,
las estructuras injustas machacan a los pobres,
las minorías son suprimidas,
los refugiados y emigrantes son maltratados.
Tu Madre y Jesús tu Hijo
sois despojados de vuestros vestidos
cuando la persona humana es deshonrada en las pantallas,
cuando las mujeres son obligadas a humillarse,
cuando los niños de los barrios pobres
dan vueltas por las calles recogiendo desperdicios.
Ayúdanos, Madre,
a permanecer junto a tu Hijo,
como tú permaneciste junto a Él
a pesar de los sufrimientos, dolores y muerte.
Amén.

4. Jesús carga con la cruz. (Mt, 27, 31; Jn 19, 17; Mc 15, 21)
María de la calle de la Amargura: Empieza la ejecución,
es decir, el cumplimiento de la sentencia.
Cristo, condenado a muerte,
debe cargar con la cruz como los otros dos condenados
que van a sufrir la misma pena:
―Fue contado entre los pecadores‖
Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero
terriblemente magullado y desgarrado,
con la sangre que le baña el rostro,
cayéndole de la cabeza coronada de espinas.
¡Es el hombre! ¡Es el hombre auténtico¡
En Él se encierra toda la verdad del Hijo del hombre
predicha por los profetas,
la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías:
―Fue traspasado por nuestras iniquidades…
y en sus llagas hemos sido curados‖
Está también presente en Él una cierta consecuencia,
que nos deja asombrados,
de lo que el hombre ha hecho con su Dios.
Dice Pilato: ―¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!‖
En esta afirmación parece oírse otra voz,
como queriendo decir:
―¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!‖
Resulta conmovedora la semejanza,
la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia
con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe
¡Ecce-Homo! Jesús, ―el llamado Mesías‖,
carga la cruz sobre sus espaldas.
Ha empezado la ejecución.
Tú te haces la encontradiza por la calle de la Amargura.
Allí dos miradas de cruzaron: La de la Madre y la del Hijo.
Fue la santidad del sufrimiento;
fue la mirada de Dios manifestado en su Hijo
más completa que Dios ha lanzado al mundo
María de la calle de la Amargura:
Danos la fuerza y el ánimo
para poder compartir la cruz de tu Hijo y tus sufrimientos
en nuestra vida cotidiana y en las tareas profesionales.
Infunde en nosotros el espíritu de servicio y sacrificio,
para que no aspiremos al poder y a la gloria,
sino a ser instrumento de solidaridad y de paz,
para quienes están agobiados por la violencia
y la injusticia de los poderosos del mundo.
A ti, María, que contemplas por la calle de la Amargura
a tu Hijo cargado con la cruz y con el rostro cansado,
ayúdanos como hijos que cargados con nuestros pecados
caminamos por la historia de los hombres
hacia la tierra y cielo nuevos.
Amén.

5. La crucifixión y muerte del Señor.
(Lc 23, 33-34, 44-46; Jn 19, 33-35)
María al pie de la Cruz: Una colina fuera de la ciudad,
un abismo de dolor y humillación.
Y tú ahí, de pie junto a la Cruz
levantada entre cielo y tierra,
y en ella un hombre clavado,
suplicio reservado a los malditos de Dios y de los hombres.
Junto a él otros condenados
que no son dignos ya del nombre de hombre.
Sin embargo Jesús,
que siente que su espíritu lo abandona,
no abandona a los otros hombres,
extiende los brazos para acoger a todos,
al que nadie quiere ya acoger.
Abrió los ojos al cielo y se vio a si mismo
infinito glorioso hecho pedazos
en el espejo de la Trinidad.
Desfigurado por el dolor,
marcado por los ultrajes,
el rostro de aquel hombre
le habla al hombre de otra justicia.
Derrotado, burlado y denigrado,
aquel condenado devuelve la dignidad a todo hombre: A tanto dolor puede llevar el amor,
de tanto amor viene el rescate de todo dolor.
―Verdaderamente aquel hombre era justo‖
Allí en lo alto Jesús está a oscuras
con el abandono de Dios Padre viviendo
la soledad inmensa de los pecadores.
A los pies, recibiendo el aliento de tu Hijo,
estás tu María, clavada con la espada
multiplicandote en millones de corazones
y perdiéndose tu amor en el infinito.
Entre tu Hijo y tú, la Madre, nosotros los juanes huérfanos
Que por fin, como hijos desamparados,
Ya tenemos una Madre: La Madre de los desamparados.
Todo se hace silencio,
porque Cristo ha muerto por nosotros,
y hemos alcanzado el perdón y la salvación;
porque Cristo triunfará sobre la muerte por la resurrección.
creemos en su persona,
esperamos triunfar con Él y participar de su nueva vida.
Enséñanos, Madre de los otros cristos
a acoger la palabras de Cristo en la Cruz
para guardarlas con y en el corazón siguiendo tu ejemplo.
Gracias, Señor nuestro Jesucristo.
Pides al Padre que nos perdone
porque no sabemos lo que hacemos.
Acuérdate de nosotros, somos débiles.
Sabemos que nos abres las puertas de tu Reino.
Tu Hijo en la Cruz nos confía tu cuidado maternal
y también nos pide que te prestemos atención filial.
Te damos gracias porque nos permites acompañarte
en el misterio de tu inmenso abandono
y calmar esa sed tan profunda que te abrasa.
Gracias, Señor, porque has cumplido
todo lo que el Padre te había confiado
y entregas tu espíritu en sus manos…
Nos hacemos silencio,
respetando lo que tú,
María guardas en tu corazón.
Y en el silencio del viernes santo,
madre de la esperanza, nos sentimos reconfortados.
Porque tienes a Cristo entre tus brazos.
todos nos sentimos,
también al calor de tu corazón
en la seguridad de tu mediación que tanto necesitamos.
Amén.

ORACIÓN A SANTA BERNADETTE SOUBIROUS
(1844-1876)

Por Antonio DIAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista

¡Bienaventurada Bernadette Soubirous,
mujer de salud frágil y cuerpo endeble!
En el marco de los Altos Pirineos
te encontraste con la estrella de la mañana,
la puerta del cielo.
la primera criatura resucitada:
María Inmaculada, la “hermosa Señora”;
ella fue y es la hermosura transfigurada,
la imagen de la nueva humanidad;
ella te enseñó a descubrir la luz de la gruta de Massabielle.
Tú aprendiste en la escuela de María a ser la humilde sierva del Señor.
Nosotros queremos acudir también a los pies de la Señora
contigo pequeña Bernardette.
Queremos contemplar a la Madre
siempre disponible para con sus hijos y consagrarle
toda nuestra vida para ser fieles al Evangelio.
Desde entonces Dios escogió esta gruta en las hermosas montañas de los Pirineos franceses
para reflejar un destello especial de su belleza.
Enséñanos a ponernos de rodillas ante tan extraordinaria cercanía entre el cielo y la tierra.
Tú contemplaste
la sonrisa de María y la alegría que vive su corazón,
ella fue y es la sonrisa de Dios,
el reflejo de la luz de Cristo,
la morada del Espíritu Santo.
La mirada de María Inmaculada acarició
tu cuerpo cargado de enfermedades y dolencias
y te expresó el amor del Padre que nunca nos abandona.
Tú encontrarse en la sonrisa de la Virgen María
la gran riqueza que el amor de Dios nos regala.
Enséñanos Bernadette
a buscar esa sonrisa que desprende siempre el rostro
de tan tierna Madre,
acoger con veracidad y gratuidad el amor que ella entrega
y ser testigos de el para con nuestros hermanos.
La sonrisa de María es fuente de agua viva,
de su corazón de Madre brotó
y brota un agua que purifica y cura.
Que aprendamos a sumergirnos en las piscinas de Lourdes
y beber en la fuente del amor que nunca falla
y dejarnos guiar hacia la única fuente de salvación:
Jesús Salvador.
La enfermedad,
el dolor,
las penalidades,
los desprecios nos acosan.
ayúdanos a vivir todo en silencio
como viviste tú
para agradar a Jesús.
Enséñanos a descubrir
que en la sonrisa de María
se encuentra el sentido para continuar luchando
contra lo que corroe nuestro cuerpo y nuestro espíritu
y que nuestra vida
sea una lucha constante a favor de la cultura de la vida.
Intercede ante nuestra Madre
por todos nosotros que somos pecadores.
Santa Bernadette Soubirous:
Ayúdanos a contemplar,
a adorar, a amar,
a amar cada día más a quien nos amó tanto,
para vivir eternamente con Él.
Contigo bienaventurada Bernadette Soubirous
invocamos la presencia tantos santos y santas
que ardientemente enamorados de María y su Hijo Jesucristo
interceden hoy por nosotros,
curando nuestras heridas,
que en ellas veamos la gloria de la Cruz
que tú ya gozas en el cielo
El es nuestro huésped y nuestra morada.
¡Dichosos nosotros
que tenemos tan grande intercesora!
¡Qué gozo ser nosotros mismos
amigos de la confidente y enamorada de María Inmaculada!
Amén.

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