12 de Diciembre – Oración a la Virgen de Guadalupe – Tiempo de Adviento
En América Latina
Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas
Isaías 7, 10-14; 8, 10 / Lucas 1, 39-48
Salmo responsorial Sal 66, 2-3. 5. 7-8
R/. «¡Que todos los pueblos te den gracias, Señor!”
En el resto del mundo
Semana II° de Adviento
Isaías 40, 25-31 / Mateo 11, 28-30
Salmo responsorial Sal 102, 1-4. 8. 10
R/. «¡ Bendice, alma mía, al Señor!”
Santoral:
Nuestra Señora de Guadalupe
Oración a la Virgen de Guadalupe
¡Oh Virgen de Inmaculada,
Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!
Tú, que desde este lugar manifiestas
tu clemencia y tu compasión
a todos los que solicitan tu amparo;
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos,
y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido
y silencioso, a Ti, que sales al encuentro de nosotros,
los pecadores, te consagramos también nuestra vida,
nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades
y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado,
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino
de una plena fidelidad a Jesucristo a su Iglesia:
no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos
por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles
por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde
servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor
infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios,
y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos,
fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar
la vida que comienza con el mismo amor con el que concebiste
en tu seno la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso,
protege a nuestras familias, para que estén muy unidas,
y bendice a la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión,
enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos,
Ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión
de nuestra culpas y pecados en el sacramento de la Penitencia,
que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande
a todos los santos sacramentos, que son como las huellas
que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
con nuestros corazones libres de mal y de odios,
podremos llevar a todos la verdadera alegría
y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre
y con el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén
Juan Pablo II
México, enero de 1979.
Liturgia – Lecturas del día
Miércoles, 12 de Diciembre de 2012
En América Latina
NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
Patrona de todas las Américas
Miren, la joven está embarazada
Lectura del libro del profeta Isaías
7, 10-14; 8, 10
En aquellos días:
El Señor habló a Ajaz en estos términos: «Pide para ti un signo de parte del Señor, en lo profundo del abismo, o arriba, en las alturas». Pero Ajaz respondió: «No lo pediré ni tentaré al Señor».
Isaías dijo: «Escuchen, entonces, casa de David: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios? Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel, que significa «Dios está con nosotros»».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 66, 2-3. 5. 7-8
R. ¡Que todos los pueblos te den gracias, Señor!
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio,
y su victoria entre las naciones. R.
Que todos los pueblos te den gracias.
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia
y guías a las naciones de la tierra. R
La tierra ha dado su fruto:
el Señor, nuestro Dios, nos bendice.
Que Dios nos bendiga,
y lo teman todos los confines de la tierra. R.
EVANGELIO
Tú eres bendita entre todas las mujeres
a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
1, 39-48
Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor».
María dijo entonces:
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de su servidora».
Palabra del Señor.
Reflexión
Is. 7, 10-14. Ante el enemigo, que cerca a Jerusalén para destruirla, el Señor promete que velará por su pueblo; y si no quieren creerle, su rey puede pedir una señal para que sepan que las promesas de Dios no son espejismos engañosos.
Ante la negativa de pedir una señal, el mismo Dios hace el anuncio de la misma: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. Al paso del tiempo, esta promesa que se refería a la defensa que Dios haría ante los enemigos de su Pueblo, llegará a su pleno cumplimiento con el nacimiento del Hijo de Dios, hecho hombre por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María de Nazaret.
Así, por medio de Jesús, el Señor se hace Dios-con-nosotros. Él viene no sólo a reconciliarnos con Dios y a liberarnos de la esclavitud al pecado, sino a elevarnos a la dignidad de ser sus hijos, por nuestra unión a su Hijo, hecho uno de nosotros.
Y esta salvación no estará ya reservada a un pueblo, sino que se abre a todas las naciones, para que todos encuentren su Camino de Salvación en Cristo, hijo de María Virgen. Ella es la Madre del Verdadero Dios por quien se vive y contempla con gran ternura de Madre a quienes su Hijo encomendó como hijos; vela por ellos y los impulsa a encontrarse con el Dios de la Vida para tener en Él la salvación.
Ojalá y que nuestra devoción a María no se quede sólo en exterioridades, sino que llegue al compromiso de caminar junto con ella en la fidelidad a la voluntad de Dios sobre nosotros, hasta llegar al gozo definitivo de los bienes eternos.
Sal 67 (66). El Señor ha vuelto su mirada hacia nosotros para manifestarnos su obra salvadora. Todas las naciones están llamadas a participar de la vida que Él nos ha ofrecido por medio de su Hijo encarnado en María Virgen.
Dios quiere que todas las naciones se conviertan en una continua alabanza de su Santo Nombre, porque el Espíritu del Señor repose sobre ellas. Entonces habrán terminado las luchas fratricidas, los desprecios de los más desprotegidos, las persecuciones injustas; entonces viviremos todos como hijos de un sólo Dios y Padre.
Agradezcamos al Señor la cosecha abundante de salvación que se nos ha dado en Cristo; ojalá y la recojamos y almacenemos en nuestro corazón, para que desde ahí transforme nuestra vida, y podamos distribuirla a todos aquellos a quienes hemos sido enviados para proclamarles el Evangelio.
María, llevando a Jesús no sólo en su seno, sino en su corazón, se acerca a nosotros para que la Salvación que Dios nos ofrece en su Hijo, sea también salvación nuestra.
Lc. 1, 39-48. Dios ha irrumpido en la historia del hombre haciéndose uno de nosotros. Por obra y gracia de Dios se han logrado las aspiraciones de todo hombre: llegar a ser como Dios. El Hijo de Dios, encarnado en María, lleva a su pleno cumplimiento las promesas hechas a nuestros antiguos padres, desde aquella primera Buena Noticia dada en el paraíso terrenal.
María, la Madre del Hijo de Dios Encarnado, se convierte en la portadora de esa salvación para Isabel que queda llena del Espíritu Santo, el cual es el único que nos hace participar de la Vida y Salvación que Dios nos ofrece en Jesús; y Juan el Bautista queda santificado y da brincos de gozo en el vientre de su madre.
Esa salvación será salvación nuestra en la medida en que no la rechacemos, sino que la hagamos nuestra.
María, además de Madre de Jesús, es para nosotros figura y prototipo de la Iglesia que se convierte en misionera, en portadora de la salvación, en engendradora del Salvador en el corazón de todos los hombres por la Fuerza del Espíritu Santo que habita en ella.
Ojalá y también nosotros, como Iglesia, seamos capaces de ir hasta los lugares más apartados y escarpados del mundo para que Cristo sea conocido, amado, anunciado y testificado.
María viene como un signo de la manera en que nosotros nos hemos de encontrar y comprometer con su Hijo para que sea luz, guía y fortaleza en nuestro camino hacia la perfección en Dios, a la que todos hemos sido convocados.
En esta Eucaristía el Señor sale a nuestro encuentro mediante estos signos sencillos y humildes del Pan y del Vino que se convierten para nosotros en el Cuerpo y Sangre del Señor, Pan de Vida para su Iglesia.
Pero Él también se ha dirigido a nosotros para recordarnos que somos hijos de Dios. Que nuestra dignidad es la misma que Él posee como Hijo unigénito del Padre.
Él nos invita a entrar con Él en comunión de vida. Ojalá y no nos quedemos sólo en adorarlo, en elevarle alabanzas, sino que aceptemos nuestro compromiso de ser para los demás un signo creíble de su amor.
Que María, nuestra Madre amorosa que nos acompaña en esta celebración, nos ayude a vivir abiertos a la escucha de la Palabra de Dios y a la puesta en práctica de la misma para no ser discípulos distraídos, sino totalmente dispuestos a trabajar en hacer realidad el Reino de Dios entre nosotros.
Quienes participamos de esta Eucaristía hemos de reconocer que también en todos y cada uno de nuestros prójimos habita la presencia del Señor.
Por eso hemos de esforzarnos continuamente en hacer que esa imagen de Cristo en nuestro prójimo resplandezca con mayor dignidad, y no deteriorarla a causa de nuestras incomprensiones, injusticias, persecuciones, o desprecios; ni por deteriorarles la vida con vicios, o envileciéndolos.
Si queremos que nuestros pueblos sean un signo real del Reino de Dios entre nosotros, seamos los primeros esforzados por hacerlo realidad entre nosotros. Abramos nuestro corazón al Espíritu de Dios para que, hechos hijos en el Hijo, seamos los hijos amados del Padre y los hijos más pequeños en el corazón de nuestra Madre, no para sentirnos orgullosos de estar ahí, sino para sentirnos comprometidos en darle un nuevo rumbo a nuestro mundo y su historia.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en un signo de su amor salvador y liberador para nuestros hermanos. Amén.
Homiliacatolica.com
En el resto del mundo
Dios todopoderoso fortalece al que está fatigado
Lectura del libro de Isaías
40, 25-31
Dice el Santo:
«¿A quién me van a asemejar,
para que yo me iguale a Él?»
Levanten los ojos a lo alto
y miren: ¿quién creó todos estos astros?
El que hace salir a su ejército uno por uno
y los llama a todos por su nombre:
¡su vigor es tan grande, tan firme su fuerza,
que no falta ni uno solo!
¿Por qué dices, Jacob,
y lo repites tú, Israel:
«Al Señor se le oculta mi camino
y mi derecho pasa desapercibido a mi Dios»?
¿No lo sabes acaso? ¿Nunca lo has escuchado?
El Señor es un Dios eterno,
Él crea los confines de la tierra;
no se fatiga ni se agota,
su inteligencia es inescrutable.
Él fortalece al que está fatigado
y acrecienta la fuerza del que no tiene vigor.
Los jóvenes se fatigan y se agotan,
los muchachos tropiezan y caen.
Pero los que esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas,
despliegan alas como las águilas;
corren y no se agotan,
avanzan y no se fatigan.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 102, 1-4. 8. 10
R. ¡Bendice, alma mía, al Señor!
Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas
y sana todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura. R.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas. R.
EVANGELIO
Vengan a mí todos los que están afligidos
a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
11, 28-30
Jesús tomó la palabra y dijo:
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Palabra del Señor.
Reflexión
Is. 40, 25-31. Ante un destierro que se está prolongando, y en que pareciera que Dios se ha olvidado de su Pueblo, el Señor, por medio de su profeta, recuerda a los suyos que Él es el creador de todo, incluso de aquellos astros a los que los Babilonios han confundido como divinidades, quedándose muy lejos de quienes tienen al verdadero y único Dios como Dios de su Pueblo.
Si la esperanza no decae; si la confianza en el Señor sigue firme a pesar de los momentos difíciles por los que se esté pasando, el Señor llenará de vigor a los suyos y los hará volver a la tierra que Él les dio como herencia.
Por medio del Hijo de Dios que se ha hecho uno de nosotros, nuestra esperanza de alcanzar la verdadera perfección y de poseer los bienes definitivos, se ha abierto como un camino que nos conduce, con seguridad, hacia el cumplimiento de los designios de salvación de Dios para nosotros.
Ojalá y no nos quedemos con la mirada puesta sólo en lo pasajero, sino que vayamos tras las huellas de Jesús, amando y sirviendo como Él lo ha hecho con nosotros, de tal forma que dejemos de ser piedras de tropiezo para los demás y comencemos a ser ocasión de esperanza en el camino de nuestros hermanos hacia su plena realización en Cristo.
Sal. 103 (102) Dios siempre se manifiesta para con nosotros como un Padre misericordioso, pues a Él no se le olvida que somos barro frágil.
Él siempre está dispuesto a perdonarnos; sin embargo espera de nosotros un sincero arrepentimiento, pues no podemos ir a pedir el perdón para después volver a cometer maldades y atropellos.
Cuando termine nuestra peregrinación por este mundo tenemos, incluso, la esperanza de que, a los que creemos en Cristo y hemos entrado en comunión de vida con Él, el Señor nos rescatará del sepulcro y nos dará, junto con Cristo, la posesión de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito.
La Iglesia, Esposa de Cristo, es amada por el Padre Dios con el mismo amor y ternura que le tiene a su propio Hijo; pero sabiendo que, mientras vamos como peregrinos por este mundo, estamos sujetos a muchas tentaciones y caídas, Él nos contempla con misericordia y compasión, siempre dispuesto a perdonarnos, siempre dispuesto a recibirnos como hijos cuando nos ve volver a Él arrepentidos de nuestras ofensas, pues Él es nuestro Dios y Padre, y no enemigo a la puerta.
Mt. 11, 28-30. Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Por medio de Jesús, Dios se nos ha manifestado como el Dios lleno de mansedumbre hacia nosotros, pues conociendo nuestra fragilidad y nuestros pecados, no sólo nos ha soportado, sino que ha salido a nuestro encuentro para restaurar nuestra naturaleza.
Él se ha humillado no sólo arrodillándose para lavar los pies de quienes han de caminar con un corazón limpio para ser testigos de la Verdad, sino que quiso despojarse de todo para enriquecernos a nosotros. Esa es la forma en que el Señor nos reveló el Rostro del Padre.
Si queremos ser sus discípulos y aprender de Él no podemos contentarnos con estudiarlo, sino que nos hemos de identificar con Él de tal forma que su Iglesia continúe, en la historia, por su unión a Cristo, siendo la Revelación del Rostro de Dios para todos los pueblos.
Sólo cuando aprendamos del Señor a ser mansos y humildes de corazón podremos no sólo predicar a Cristo, sino hacerlo presente en medio de nuestros hermanos.
A esta Eucaristía nosotros venimos para hacernos uno con Cristo. Él quiera transformar nuestra vida de tal forma que en verdad podamos ser signos creíbles de su presencia salvadora en el mundo.
En este momento culminante de nuestra vida el Señor quiere levantar nuestra fe y nuestra esperanza, para que, a pesar de que muchas veces nos haya dominado el pecado, en adelante seamos una Iglesia en camino hacia la casa del Padre.
Iglesia en camino, que significa que día a día vamos manifestando una mayor perfección en nuestra forma de ser, pues no nosotros, sino el Espíritu de Dios en nosotros, hará que la entrega de Cristo en un amor hasta el extremo por nosotros, sea lo mismo que viva su Iglesia, a quien le ha confiado el mensaje de salvación para que lo anuncie, no sólo con los labios sino con la vida misma.
Por eso, los que participamos de esta Eucaristía hemos de ser comprensivos con nuestro prójimo. Hemos de ser conscientes de la fragilidad humana que muchas veces ha sido vencida por el mal y ha deteriorado la vida de Dios en el hombre.
No podemos pasarnos la vida condenando a los demás, sino saliendo a su encuentro, no hasta siete, sino hasta setenta veces siete al día, para levantarlos y ayudarles a caminar en el bien.
Ante esta carga tan pesada que se nos presenta no podemos jamás desanimarnos. Si tenemos la suficiente apertura al Espíritu de Dios, Él renovará nuestras fuerzas y hará que nos nazcan alas como de águila para poder correr sin cansarnos, y caminar sin fatigarnos.
Si el Señor está de nuestra parte, su yugo será para nosotros suave, y su carga ligera. Por eso, no confiemos en nuestras propias fuerzas, ni sólo en la ayuda del hombre; pongamos más bien nuestra confianza en el Señor para que no queramos hacer la obra de Dios de acuerdo a nuestros planes y visiones miopes, sino conforme a la voluntad de Dios, sabiendo que Aquel que nos llamó para proclamar su Evangelio nos dará todo aquello que necesitemos para poder cumplir con esa misión.
Por eso, puestos en manos de Dios, seamos para todos los hombres, una auténtica revelación del Rostro amoroso y misericordioso de Dios; revelación hecha desde la vida y no sólo desde las palabras.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de tener la apertura suficiente a su Espíritu Santo en nosotros para que, día a día, podamos ser una manifestación del amor de Dios para cuantos nos traten, pudiendo así conducirlos a un encuentro personal con Dios hasta alcanzar en Él la vida eterna. Amén.