Luis-Fernando Valdés López el domingo, junio 23, 2013
Se han cumplido cien días de la elección del Papa argentino. Son indudables el carisma del nuevo Pontífice y la gran aceptación lograda. Pero, este cambio de estilo ¿es una reforma o una revolución?
Hace 100 días, cuando el Papa Francisco fue elegido.
Desde el inicio, el Papa “venido del fin del mundo”, como él mismo lo dijo el día de su elección, se ha ganado la confianza de la gente mediante su “estilo” personal, caracterizado por sus gestos de sencillez y austeridad, como seguir usando los mismos zapatos negros que ya traía desde Argentina, portar una cruz pectoral de hierro, traer un anillo de plata y no de oro, vivir en la Casa Santa Marta y no en los apartamentos pontificios.
También desde el primer momento el Papa ha estado cercano a la gente. Durante las audiencias, recorre durante 45 minutos la Plaza de San Pedro para abrazar a los enfermos, besar a los niños y saludar despacio a los peregrinos, que según cifra oficiales han sido 300 mil entre las tres últimas audiencias, entre los meses de mayo y junio. (El Telégrafo, Ecuador, 21 junio 2013)
Francisco habla de modo claro y directo. En sus homilías en la Misa cotidiana en Santa Marta, con el estilo de un párroco que se dirige a sus feligreses, el Santo Padre ha denunciado el peligro de una Iglesia “autorreferencial”, encerrada en sí misma y que no sale a las “periferias” de los problemas de la gente.
Con claridad, el Pontífice ha impulsado cambios de fondo en la transparencia del Banco Vaticano, ha denunciado la hipocresía y ha pedido que se combata con firmeza la pedofilia en los clérigos. También el Santo Padre ha pedido con fuerza por la paz en Siria y ha exhortado a que no se desperdicie la comida.
Francisco ha generado muchas expectativas. Por ejemplo, el conocido analista latinoamericano, Andrés Oppenheimer, afirma que con el Papa Francisco “no sólo habrá un cambio de estilo, sino también un cambio de fondo.” (La Nación, 18 junio 2013)
Pero hay dos maneras de entender este “cambio”. Para unos significa “reforma” (reimpulsar la doctrina de siempre para Evangelizar el mundo de hoy), pero para otros quiere decir “revolución” (transformar la ética católica y aceptar le sacerdocio femenino, el aborto, etc.).
Sin duda, el Papa ha puesto en marcha una reforma en el interior de la Iglesia. Pero, no hay que reducirla a la reforma administrativa de la Curia vaticana, que los cardenales mismo pidieron antes del Cónclave, pues Francisco busca una reforma espiritual de todos los obispos y fieles católicos.
En cambio, si alguno interpretara este cambio de “protocolo” papal como una revolución, como un dejar atrás las enseñanzas de los pontífices anteriores, se llevaría la decepción de que el Papa latinoamericano enseña la doctrina tradicional de la Iglesia y con frecuencia cita a Benedicto XVI. Es el mismo mensaje, pero con otro estilo.
En realidad, la “revolución” que pretende el Santo Padre consiste en que la Iglesia vuelva la sencillez del Evangelio: a una Iglesia pobre y solidaria, a una Iglesia en la que cada católico está comprometido en evangelizar, a una Iglesia donde nadie busque un beneficio personal o hacer carrera.
Ésta es la verdadera revolución de Francisco: un cambio espiritual –religioso– en los católicos. “La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la ha hecho sólo Jesucristo por medio de su resurrección”, afirmó recientemente el Papa Bergoglio, al tiempo que citaba a Benedicto XVI para remarcar que la resurrección ha sido “la más grande mutación de la historia de la humanidad y ha dado vida a un nuevo mundo.” (Audiencia, 17 junio 2013).
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*Artículos publicados en el periódico «a.m.»
(Querétaro, México)