Feliz Pascua de Resurrección

Lunes, 1 de abril de 2013
Lunes de la Octava de Pascua
Hechos 2, 14. 22-33 / Mateo 28, 8-15
Salmo responsorial Sal 15, 1-2a. 5. 7-11
R/. «Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti”

Santoral:
San Hugo

¡Feliz Pascua de Resurrección!

¡Feliz Pascua de Resurrección hermanos!
¡Feliz día de la luz!
¡Feliz futuro en el que amanece
un nuevo horizonte para el hombre!
¡Ha resucitado! ¡Aleluya!

Esta felicidad, hermanos,
no es igual que la del resto del año:
¡Ésta nos rescata de la tristeza!

Esta felicidad, hermanos,
no es la misma que –sin sentido–
nos deseamos en la noche final del año:
¡Ésta es felicidad para siempre, no es para uno año,
es para el cielo, para todos!
Esta felicidad, hermanos, no la ofrece el licor,
la música, ni la superficialidad:
¡Ésta viene como portento
y horas grandes de Dios en la tierra!

Esta felicidad, hermanos,
no surge de las pequeñas movidas que nos montamos:
¡Ésta viene de lo más profundo del corazón de Dios!

Esta felicidad pascual, hermanos,
no es deleitada por los dulces de cada día:
¡Este “felices pascuas” arranca
de nuestro deseo de ser hombres nuevos!
Este deseo “felices pascuas” no nace del egoísmo.
¡Éste viene del amor de Dios sin condiciones!
Este aleluya, brillante y vibrante, triunfal y armonioso
no es entonado por instrumento humano:
¡Es ejecutado por la fe que nos anima
a creer en el Resucitado!

¡Aleluya, amigos todos!
Teniendo a Jesús por delante:
un sepulcro vacío,
unas mujeres que reconocen al Maestro,
unos discípulos, con virtudes y defectos,
una Virgen que contempla emocionada a Jesús vivo;
no tenemos derecho al desaliento,
no existe habitación para el temor,
no podemos dar la mano al pesimismo.
No hay lugar para la muerte ni para las noches oscuras.
¡Jesús ha resucitado!
¡Jesús ha prometido lo que cumplió!
¡Jesús es la alegría del mundo!
¡Jesús es el final de la muerte!
¡Jesús es el principio de la vida eterna!
¡Jesús es la razón de nuestra espera!
¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Mil veces aleluya!
¡Ha resucitado, el Señor!
¡Bendita la mañana que nos trajo tal noticia!

P. Javier Leoz

Liturgia – Lecturas del día

Lunes, 1 de Abril de 2013

LUNES
DE LA OCTAVA DE PASCUA

A este Jesús, Dios lo resucitó,
y todos nosotros somos testigos

Lectura de los Hechos de los Apóstoles
2, 14. 22-33

El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo:
«Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido.
A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre Él.

En efecto, refiriéndose a Él, dijo David:
«Veía sin cesar al Señor delante de mí,
porque Él está a mi derecha para que yo no vacile.
Por eso se alegra mi corazón
y mi lengua canta llena de gozo.
También mi cuerpo descansará en la esperanza,
porque Tú no entregarás mi alma al Abismo,
ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción.
Tú me has hecho conocer los caminos de la vida
y me llenarás de gozo en tu presencia».

Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que «no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción». A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, Él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen».

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 15, 1-2a. 5. 7-11

R. Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.

Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Señor, Tú eres mi bien».
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡Tú decides mi suerte! R.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor:
Él está a mi lado, nunca vacilaré. R.

Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.

Me harás conocer
el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha. R.

SECUENCIA

Como el Domingo de Pascua, Misa del día

EVANGELIO

Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea,
y allí me verán

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
28, 8-15

Las mujeres, que habían ido al sepulcro, después de oír el anuncio del Ángel, se alejaron rápidamente de allí, atemorizadas pero llenas de alegría, y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de El. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán».
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Éstos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: «Digan así: «Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos». Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo».
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.

Palabra del Señor.

Reflexión

Hech. 2, 14. 22-23. Pedro se pone de pie, junto con los once. Adopta la actitud de quien toma la palabra para dirigirse a quienes se han congregado, atraídos por los signos cósmicos, que han acompañado a la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, reunidos en el Cenáculo.
Pedro se dirige a esa multitud, y en ellos también a nosotros, con gran valentía, para declarar que Jesús es el Mesías esperado, ya que Dios lo acreditó como tal a través de los milagros, prodigios y señales que hizo por su medio, pero especialmente resucitándolo de entre los muertos, ya que nosotros fuimos los que, utilizando a los paganos, lo clavamos en la cruz. Llevado a los cielos, ha derramado el Espíritu Santo prometido sobre su Iglesia, para que no sólo se escuchen, sino que se vean las maravillas de Dios.
El Espíritu Santo, que se nos ha comunicado, no es un espíritu de cobardía, sino de valentía para proclamar, sin rodeos, el mensaje de Dios, y señalar a los culpables. Sólo así será posible el arrepentimiento, la conversión, y el inicio de una vida nueva a impulsos del Espíritu, para proclamar con los labios y con las obras, el Misterio Pascual de Cristo, por cuya resurrección hemos recibido un corazón nuevo y un espíritu nuevo para dar testimonio de nuestra fe, afrontando todos sus riesgos, hasta llegar a ser glorificados, junto con Él, a la diestra de Dios Padre.

Sal 16 (15) El salmista suplica pidiendo la protección de Dios. Pero sobre todo manifiesta su confianza plena en el Señor, a quien le tiene como única herencia, y en cuyas manos ha colocado su vida de forma total. Dios, respondiendo a esa confianza, no abandonará a la muerte ni a la corrupción a su siervo. Por eso no sólo hemos de buscar ser instruidos en los caminos de Dios, sino caminar hasta saciarnos de gozo en su presencia, y de alegría perpetua a su derecha.
En Cristo, que puso toda su confianza en su Padre Dios, y en cuyas manos encomendó su espíritu, se ha cumplido esta Escritura, pues no fue abandonado a la muerte, ni sufrió la corrupción. Por su filial obediencia, y por su confianza total en Dios, ahora vive glorificado eternamente a la derecha de su Padre Dios.
Aquellos que queramos participar de su Gloria hemos de vivir en esa confianza total en Dios, sabiendo que, a pesar de que nos persigan y asesinen, si permanecemos fieles hasta el final, Dios velará por nosotros, y nos concederá la Gloria prometida a quienes le aman y le son fieles.

Mt 28, 8-15. Las mujeres han recibido la noticia de que el Señor ha resucitado, y corren presurosas a anunciarlo a los discípulos y a decirles que Jesús les espera en Galilea. Y en su camino se encuentran con Jesús ante quien se postran y abrazan. ¡Lo que hace el amor! Sólo a través de él es posible reconocer que Jesús es Dios y comprometerse con Él. Jesús confirma la misión que los ángeles les habían encomendado a esas mujeres: anunciarles a sus discípulos que Él los esperaría en Galilea.
Sólo en la fidelidad a lo que el Señor nos ha confiado, sólo puestos en camino para proclamar la resurrección de Cristo es como podremos encontrarnos con Él. En el fondo debe movernos el amor. Cuando buscamos al Señor no es sólo para contemplarlo o para comprobar su existencia; lo buscamos para vivir comprometidos con Él en la fe, y para esforzarnos en darlo a conocer sabiendo que, de un modo especial, lo encontraremos en tantas galileas, ahí donde la gente es considerada maldita, porque no conoce a Dios, ahí donde la tierra de sombras y de muerte necesita la luz y la esperanza de una vida renovada. Cristo nos llama para que, con la fuerza de su Espíritu continuemos su obra salvadora en el mundo.
Por desgracia el Evangelio también nos habla de quienes han rechazado a Cristo, y urden un sinfín de artimañas para evitar cualquier compromiso de fe con Él. No resistamos al Espíritu Santo; abramos más bien nuestro corazón a Él, para que la proclamación del Evangelio llegue primero a nosotros y nos ayude a rectificar nuestros caminos. Sólo entonces podremos ser testigos de la vida nueva que Dios ofrece a todos, pues no hablaremos de oídas, sino desde nuestra propia experiencia del Señor.
Participar en la Eucaristía es para nosotros todo un compromiso de reconocimiento del Resucitado como el Señor, no sólo ante quien nos postramos, sino a quien escuchamos para ser portadores de la Buena Nueva de su amor y de la vida que nos comunica. Nos alegramos de estar con Él, de que nos salude con el saludo de la paz, y de que nos invite a ser portadores de su amor. No defraudemos esta confianza que el Señor nos ha tenido. Aprendamos a vivir a sus pies en oración, escuchándolo para saber cuál es su voluntad y hacer que nuestra existencia vaya por sus caminos. Ser testigos de Cristo no puede reducirse a la transmisión de un mensaje, sino en la transformación que el Espíritu Santo realice en nosotros para configurarnos conforme a la imagen del Hijo de Dios, y poder ser portadores del Evangelio con nuestra vida misma. Y esta comunión de Vida con Cristo, en que nos hacemos uno con Él, se realiza con mayor plenitud en la celebración Eucarística. Aprovechemos, por tanto, este momento de Gracia del Señor para nosotros.
Sólo cuando llevemos su mensaje de amor a los demás y lo proclamemos no sólo con los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en la Buena Nueva que se hace vida en servicio de amor por los que sufren, y por los que buscan a Dios para encontrarse con Él desde sus pobrezas y debilidades interiores, para iniciar el camino hacia Él; sólo cuando, partiendo de la Eucaristía cumplamos con esa misión, podremos en verdad encontrarnos con el Señor que sale a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento. Algún día, finalmente lo contemplaremos en la Patria eterna; mientras, hemos de cumplir con el encargo de dar testimonio de Él a nuestros hermanos, especialmente a aquellos que viven en las sombras del pecado, u oprimidos por la pobreza y sus consecuencias, pues a ellos el Señor nos ha enviado para que, en su Nombre, los libremos de todo mal y los ayudemos a caminar con la dignidad que les corresponde como hijos de Dios.
Que María, la mujer fiel, la del sí amoroso a Dios, la que llevando en su seno hizo brincar de gozo al precursor del Mesías, la que oró junto con la Iglesia naciente, ruegue por nosotros para que nuestro encuentro con Cristo sea todo un compromiso de fidelidad a la Alianza con Él para que, por medio nuestro, alegre a los tristes, fortalezca a los débiles, socorra a los necesitados y conduzca a los pecadores al arrepentimiento para el perdón de sus pecados, y poder así participar de la vida eterna que nos ha logrado mediante su Misterio Pascual. Amén.

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