por Juan Torres López
Veo a mi alrededor que cada vez más gente rechaza la política y el espacio de los poderes representativos. Dicen que todos los políticos son iguales, que la política es simplemente corrupción, que la democracia no funciona porque los poderes públicos están al servicio de los negocios o de los ricos…
Es evidente que eso es verdad en muchísimas ocasiones por no decir que siempre, que la actividad política se ha convertido en una cloaca y que la representación de los intereses ciudadanos a través de los actuales sistemas de representación es apenas una caricatura, que no se puede hablar verdaderamente de democracia cuando no hay igualdad de oportunidades, cuando se permite que los bancos y grandes empresas financien ilegalmente a los partidos. Todo eso es verdad en la inmensa mayoría de los casos. Y no me extraña realmente que mucha gente reaccione frente a eso con desilusión y rechazo. Es más, me gustaría que el rechazo hacia todo eso fuese mucho más generalizado, ruidoso y potente.
Pero lo que me preocupa es que frente a esa situación el rechazo tome la forma que justamente le interesa a los responsables de todo eso. Y me extraña especialmente que esa actitud tan equivocada se produzca en muchas personas de gran prestigio intelectual y a las que se les supone gran capacidad de análisis.
Me parece efectivamente que frente a esa corrupción y frente a la degeneración de la democracia y de los espacios de la política y del poder representativo mucha gente reacciona con la misma tautología con que lo hacen los liberales frente al mal funcionamiento que tantas veces tiene el sector público. Los liberales dicen como el estado funciona mal, que se privatice todo . Es una tautología porque es evidente que la única o mejor alternativa a un mal sector público no es un sector público inexistente sino uno que funcione bien. Sobre todo, cuando sabemos que su existencia es fundamental para que se garanticen derechos humanos esenciales.
Pues bien, mucha gente reacciona así frente a la corrupción política: como muchos de los actuales políticos profesionales se venden, son corruptos, como el sistema de participación no es bueno, como las elecciones están hechas para que las ganen los grandes… ¡dejemos de tomar parte en la vida política!
Yo creo que eso es justamente lo que van buscando los corruptos y los que corrompen, los que enmierdan la democracia para sacar adelante sus intereses por la puerta trasera, los que vician los mecanismos de representación, los que privatizan la vida política. Y me parece que lo que deberíamos hacer es justamente lo contrario, no dejarles ese espacio, imponer un modo diferente de ejercer la política. Ellos mismos ensucian la vida pública y política para que la gente se desentiendan de toda esa porquería. Si yo fuera un gran banquero, el dueño de grandes multinacionales, uno de esos grandes inversores que lleva su dinero a los paraísos fiscales y que se desentiende de los impuestos y de las necesidades sociales, que solo busca ganar cada vez más dinero (en fin, espero que eso no me pase nunca), lo que procuraría sería que los políticos fuesen corruptos, yo mismo los compraría y trataría de potenciar a los más malvados y sinvergüenzas y haría todo lo posible para convencer a la gente de que la política es cosa de miserables y de malvados para que le dieran la espalda y así pudiera seguir haciendo mis cosas sin que nadie me echara la vista encima.
Por eso es por lo que yo creo que los Botín y compañía, todo ese tipo de gentes responsables de cómo está el mundo y la vida pública, se parten de la risa cuando ven que frente a todo lo que pasa en la política la gente dice que ya no va a votar, que todos los políticos son unos sinvergüenzas y que toda lo que suene a política es una porquería, que eso no tiene nada que ver con ellos… Yo creo que tendríamos que darles un disgusto grande y dedicarnos a la vida pública, hacer política en serio y decirles de una vez a todos esos sinvergüenzas que se quiten de aquí y que no sigan usurpando el lugar que es de la ciudadanía y no suyo.