¿Qué más en esta Cuaresma?

¿Qué más en esta Cuaresma?

LA VOZ DEL PAPA
EMILIO PALAFOX MARQUÉS
Periódico AM Querétaro, México

Los primeros cristianos fueron unos afortunados. ¡Qué «envidia santa» les tenemos! Son aquellos que conocieron y trataron personalmente a Cristo. O bien los que creyeron en Él por el testimonio directo de Pedro o algún otro de los doce apóstoles o lo entrevieron a través de los múltiples discípulos del Señor que evangelizaron Palestina, Siria y llegaron hasta Roma…

 

Muchos de ellos fueron discípulos directos de Pablo de Tarso. Pedro y Pablo cimentaron con su martirio la fe de los cristianos en la Roma imperial, hoy corazón de la cristiandad.
En Antioquia de Siria se multiplicaron en tan gran número que la gente empezó a llamarlos «cristianos» por su fidelidad a la enseñanza de Jesucristo.

Ese crecimiento llegó a tal punto que se calculan unos cinco millones los bautizados en el Siglo IV. Y sigue hasta el día de hoy.
Los primeros entendieron que la Resurrección del Señor, la Pascua, es la gozosa verdad clave de la fe cristiana, garantía de nuestra condición de hijos de Dios, y la celebraron en sus reuniones de acción de gracias o eucaristía. Ya en los tiempos apostólicos intuyeron que necesitaban prepararse para la gran fiesta de la Pascua y establecieron el viernes y el sábado anteriores, como días santos de oración y de ayuno. Viene a ser la «primera Cuaresma», que mucho después se extendió a 40 días, en que nos unimos al Señor Jesús en los días en que oró largamente y ayunó en el desierto.
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No es extraño que la cristiandad actual se prepare durante la Cuaresma para celebrar con gozo la Pascua. Benedicto XVI se dirigió a nosotros el primer domingo de esta Cuaresma 2010. El miércoles pasado, nos dice, con el rito penitencial de las cenizas, hemos comenzado la Cuaresma, tiempo de renovación espiritual que prepara para la celebración anual de la Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el camino cuaresmal? Nos lo ilustra el Evangelio de este primer domingo, con la narración de las tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas cuenta que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan, «lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante 40 días» (Lucas 4,1-2). Es evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron un accidente de camino, sino la consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión, confiada por el Padre, de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente en Él. Jesús vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con proclamaciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el Tentador, hasta la cruz. Este ejemplo es válido para todos: podemos mejorar el mundo comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra vida.