MADRE DE MISERICORDIA: INMACULADA CONCEPCIÓN

En este día en el que aclamamos a María como Inmaculada y Virgen, nos unimos al Papa Francisco que en esta jornada mariana abre e inicia oficialmente el Año Santo Jubilar de la Misericordia.

Una llamada a trabajar, redescubrir y llevar en todas nuestras líneas cristianas ese gran amor que, porque de Dios viene, se ha de hace efectivo, afectivo y constante allá donde nos encontramos.

Podemos empezar hoy invocando a la Virgen Inmaculada como Madre de Misericordia. Que Ella, en este Año Santo Jubilar, nos ayude a descubrir el rostro de Cristo, el Niño de Belén en tantas situaciones que reclaman nuestra atención, nuestra mirada o nuestro compromiso.

1.- Misterio Inmaculado. El de una Virgen, Santa María, que desde su nacimiento –y por estar tocada y bendecida por el dedo del mismo Dios– fue preservada de toda debilidad.
-Pensó siempre bien. Su pensamiento, porque estaba empotrado en Dios, nunca se retiró de los caminos de la fe. Su horizonte y su meta fue acoger y obedecer a Aquel que, en Nazaret, le llevó aquella noticia de que estaba destinada a ser la Madre del Señor.

-Creció en bondad y pureza. Nada ni nadie le distrajo de lo que, para Ella, fue esencial: ¡DIOS! Fue su locura y su hechizo. Por dentro supo recibirle como todo un Dios merecía: limpia, hermosa, sin dudas ni resistencias y con beldad interna. Supo crecer hacia arriba aún a sabiendas que, ser de Dios –TODA DE DIOS– sería motivo de soledad, incomprensión o incluso amargura. Creció para Dios y, Dios, se desarrolló humana y divinamente en Ella.
-Colaboró en el plan de salvación, pergeñado desde antiguo, sin exigencias ni contraprestaciones. Era feliz cumpliendo la voluntad de Dios y, en esa felicidad, se han mirado generaciones enteras que la contemplamos bienaventurada, limpia, radiante o Inmaculada. Un espejo que, al reflejarnos, no podemos menos que exclamar: ¡Cuán grande eres María! ¡Qué paladar tuvo Dios al fijarse en Ti!

¿Hay mayor pureza que pensar siempre bien, crecer con la vitamina de la bondad y colaborar en la historia sabiendo que Dios siempre tiene la última palabra? Esa es la Inmaculada Concepción: no hay, en su hoja de ruta, ni un solo borrón, accidente, quiebro o falsedad. Su pensamiento, palabra y obra son tres notas de un acorde mayor que, con él y al entonarlo, al Dios mismo enamoró.

2.- Al celebrar la Inmaculada Concepción, saboreamos nuestras “mediocres decepciones” fruto precisamente de unos pensamientos que nos envilecen o degradan, de no querer un crecimiento según Dios y de llevar una vida cristiana sin más intervención que el decirnos o sabernos hijos de Dios. La Inmaculada Concepción pone sobre la mesa “nuestras calculadas concepciones”:
-El mundo. Donde todo se relativiza y hasta lo más santo se ridiculiza y se pone en jaque. Hablar de pureza, en todo su contexto, es un imposible ante una sociedad que ensalza lo corrupto o el amor de “hoy te quiero y mañana te dejo”.

-La fe. No siempre bien formada ni cimentada en lo que fue grande en María: la confianza. Nuestra falsa concepción de Dios nos puede hacer caer en un buenismo interesado. ¿Qué Dios es bueno? ¡Por supuesto! Pero ¿no lo debemos ser también nosotros? La fe nos exige, además de ser buenos, ponernos –en este Año Jubilar de la Misericordia– en esa puerta de salida que María escogió para agradar a Dios y para realizarse Ella misma: la generosidad interna y externa sin límites.

-La gracia. La Inmaculada Concepción de María nos empuja a ser agradecidos con Aquel que nos dio la vida y, más allá de la vida, nos espera. Pero nuestra concepción de lo que somos y movemos a menudo cae en un humanismo simplón y excluyente. Parece como si todo dependiera del hombre y ya nada dependiese de Dios. Qué bien haríamos en este día de la Inmaculada Virgen María hacer la siguiente oración: “Dejo, Señor, en tus manos todo lo que soy porque, sin Ti, mis manos ya poco pueden hacer”. Así lo sintió María. Fue llena de Gracia porque, Ella, se abrió a la gracia, a la misericordia de Dios, a su plan, a su presencia y a su propuesta.

Vuelvo a repetir: nuestras mediocres concepciones (del mundo, de la sociedad, de las ideas o del entorno en el que habitamos) son consecuencia precisamente de que no hemos optado por el camino con seguro de vida que, María, eligió y apostó: DIOS.

Javier Leoz