Lecturas diarias: 17 de Setiembre – Triunfo

Martes, 17 de setiembre de 2013
Semana 24ª durante el año
Feria o Memoria libre – Verde / Blanco
1 Timoteo 3, 1-13 / Lucas 7, 11-17
Salmo responsorial Sal 100, 1-3b. 5-6
R/. «¡Procederé con rectitud de corazón!»

Santoral:
San Roberto Belarmino, San Lamberto
y Santa Hildegarda

Triunfo

El éxito consiste en alcanzar cotidianamente
lo que uno anhela, lo que uno desea.
He encontrado una pequeñas fórmulas
que conducen al éxito, considerando éste
como resultado, no como una meta.

El éxito debe ser una jornada, no un destino;
una de las muchas etapas de la vida… no la última.

Hacer lo que nos agrada.
Si haces lo que amas es más probable
que el éxito te aguarde. Emprende tareas de tu gusto,
que se adapten a tu forma de ser, a tu personalidad.
Analiza tu verdadera vocación. Si un empleo te disgusta,
¡mándalo a volar a las primeras de cambio!
Nada hay más frustrante y contrario al éxito que trabajar
con desamor, realizando lo que nos incomoda.

Perseverar.
El éxito es resultado de la perseverancia,
la constante dedicación… el esfuerzo;
¡el éxito jamás llega por casualidad!
Los que están prestos y aprovechan la oportunidad
cuando se presenta, es porque han empleado
muchas horas preparándose…
¡son los que triunfan!

Ser bien hechos.
Todo lo que realices, ¡hazlo bien!,
hasta las cosas aparentemente minúsculas
y sin importancia. Así conformarás tu propio estilo,
tu particular manera de ser…
¡alcanzarás el éxito en todo lo que emprendas!

Soñar con los pies anclados en la tierra.
Ten confianza en ti mismo y fíjate metas
cada vez más altas… pero realistas.
Sueña y trata de materializar tus sueños…
por grandes e imposibles que parezcan.

Si perseveras y trabajas constantemente
en la dirección de tus sueños, de tus anhelos…
¡el éxito llegará a tus manos de manera insensible!
Pero nunca olvides lo principal:
¡en todo momento confía todos tus sueños,
y tus anhelos en manos de Dios!

Liturgia – Lecturas del día

Martes, 17 de Setiembre de 2013

El que preside debe ser un hombre irreprochable:
de la misma manera, que los diáconos conserven el misterio
de la fe con una conciencia pura

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a Timoteo
3, 1-13
Querido hijo:
El que aspira a presidir la comunidad desea ejercer una noble función. Por eso, el que preside debe ser un hombre irreprochable, que se haya casado una sola vez, sobrio, equilibrado, ordenado, hospitalario y apto para la enseñanza.
Que no sea afecto a la bebida ni pendenciero, sino indulgente, enemigo de las querellas y desinteresado. Que sepa gobernar su propia casa y mantener a sus hijos en la obediencia con toda dignidad. Porque sino sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar la Iglesia de Dios?
Y no debe ser un hombre recientemente convertido, para que el orgullo no le haga perder la cabeza y no incurra en la misma condenación que el demonio. También es necesario que goce de buena fama entre los no creyentes, para no exponerse a la maledicencia y a las redes del. demonio.
De la misma manera, los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado.
Que las mujeres sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias y fieles en todo.
Los diáconos deberán ser hombres casados una sola vez, que gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. Los que desempeñan bien su ministerio se hacen merecedores de honra y alcanzan una gran firmeza en la fe de Jesucristo.

Palabra de Dios.

SALMORESPONSORIAL 100, 1-3b. 5-6

R. ¡Procederé con rectitud de corazón!

Celebraré con un canto la bondad y la justicia:
a ti, Señor, te cantaré;
expondré con sensatez el camino perfecto:
¿cuándo vendrás en mi ayuda? R.

Yo procedo con rectitud de corazón
en los asuntos de mi casa;
nunca pongo mis ojos en cosas infames.
Detesto la conducta de los descarriados. R.

Al que difama en secreto a su prójimo
lo hago desaparecer;
al de mirada altiva y corazón soberbio
no lo puedo soportar. R.

Pongo mis ojos en las personas leales
para que estén cerca de mí;
el que va por el camino perfecto
es mi servidor. R.

EVANGELIO

Joven, Yo te lo ordeno, levántate

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
7, 11-17

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, Yo te lo ordeno, levántate».
El muerto se incorporó y empezó a hablar. y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».
El rumor de lo Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Palabra de Dios.

Reflexión

1Tim. 3, 1-13. Imposible que alguien pueda convertirse en maestro, en guía de los demás en la fe y en el amor a Cristo si primero no vive él mismo su compromiso con el Señor. No basta tener ciencia, sino experiencia de Cristo, pues nadie da lo que no tiene. Si en algún momento nosotros proclamamos el Nombre del Señor, pero vivimos en contra de aquello que anunciamos, lo único que hacemos es que la fe caiga en descrédito, y nosotros mismos dejaremos de ser creíbles y perderemos autoridad moral.
Por eso, con humildad, meditemos la Palabra de Dios para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados por Él; cuál es la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia a los santos; y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa manifestada en el misterio Pascual de su Hijo.
Sin embargo, recordemos que no basta con meditar y conocer la voluntad de Dios; es necesario llevar a cabo las enseñanzas del Señor para que la proclamación del Evangelio no la hagamos conforme a nuestra ciencia humana, sino conforme a lo que Dios espera de nosotros para que, por nuestra experiencia personal de su Palabra, seamos convertidos en signos creíbles de esa misma Palabra para los demás.

Sal. 101 (100). Hemos de ser los primeros en actuar de un modo correcto. Libres de la maldad y de todo afecto desordenado, unidos a Cristo, nuestro esfuerzo continuo se ha de dirigir para lograr que la maldad deje de encadenar a muchos corazones.
Nuestra lucha no es en contra de los pecadores, sino en contra del pecado que se ha adueñado de quienes han sido llamados a participar de la misma vida de Dios.
Cristo ha venido no a destruirnos, sino a perdonarnos, buscando a todos los pecadores para salvarlos, como el pastor busca la oveja descarriada para llevarla de vuelta al redil.
Quienes creemos en Cristo hemos de hacer nuestra esa misma Misión y preocupación del Señor buscando al pecador no para condenarlo, sino para conducirlo a un encuentro personal con Él y poder así, junto con nosotros, disfrutar de la salvación que Dios ofrece a todos.

Lc. 7, 11-17. Los discípulos de Jesús, que somos su Iglesia, hemos de ser conscientes de que nunca actuamos al margen de Jesús. Más bien la Iglesia prolonga la primera encarnación del Hijo de Dios. Por medio nuestro es el Señor quien exhorta y llama a todos a la conversión; por medio nuestro es el Señor quien continúa ofreciendo su amor misericordioso y salvador al pecador. Por medio nuestro el Señor continúa siendo, en el mundo, el Dios-con-nosotros; Aquel que permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Caminando con nosotros, con nosotros sale al encuentro de aquel que ha sido dominado por el autor del pecado y de la muerte, y le anuncia una Palabra de conversión capaz de levantarlo de sus miserias, y capaz de hacerle testigo de la Buena Nueva del amor de Dios.
Así, vuelto el pecador al seno de la Iglesia, podrá ser motivo de que todos glorifiquen el Nombre del Señor, pues su testimonio, nacido de una experiencia vital de la misericordia divina, se convertirá en un anuncio no inventado, sino vivido del amor que Dios tiene a todos aquellos a quienes ha venido a buscar para salvarlos y no para condenarlos.
En esta Eucaristía Dios sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón y la participación en su vida divina. Celebrar la Eucaristía no es sólo estar presentes en este acto litúrgico, sino entrar en comunión con el Señor de la vida, para que, junto con Él, nos convirtamos en fuente de vida para todos aquellos con quienes nos relacionemos.
Así, caminaremos junto con el Señor haciendo el bien y no el mal; junto con Él seremos capaces de detenernos ante la miseria humana y no permitir que la existencia de quienes van por un camino equivocado se deteriore cada vez más, sino que recuperen su dignidad de hijos de Dios y, vueltos a la vida de la gracia, puedan, nuevamente, cantar las maravillas del Señor.
Al igual que Cristo, pasemos siempre haciendo el bien a todos. Estemos al lado de Cristo como fieles discípulos suyos; caminemos con Él. Sepamos que, estando el Señor con nosotros, debemos convertirnos en portadores de su amor que salva, que devuelve la vida, que levanta a los abatidos y a los de corazón apocado.
Quien dice creer en Cristo y actúa como portador de signos de muerte, como alguien que destruye la paz y la alegría de los demás, como quien desestabiliza naciones u hogares, no puede considerarse portador del Evangelio; pues aun cuando pronuncie discursos muy bellos sobre Cristo, su vida, sus actitudes, sus obras estarán indicando que más que llevar un espíritu vivificado por Cristo, carga un espíritu dañado, muerto a causa del pecado que le ha dominado.
Dejemos que el Señor nos perdone, nos devuelva a la vida, infunda en nosotros su Espíritu; que su Palabra nos santifique y nos haga portadores de su amor, de su verdad, de su paz, de su bondad y de su misericordia para todos los pueblos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos amar por Él, para que nos transforme en signos creíbles de su Vida ante nuestros hermanos; y así, guiados por su Espíritu, colaboremos para que todos se encuentren con el Señor de la Vida y se dejen transformar por Él. Amén.

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