Lecturas diarias: 16 de Setiembre – Volveré, Señor, pero empújame

Lunes, 16 de setiembre de 2013
Semana 24ª durante el año
Memoria obligatoria – Rojo
1 Timoteo 2, 1-8 / Lucas 7, 1-10
Salmo responsorial Sal 27, 2. 7-9
R/. «¡Oye la voz de mi plegaria, Señor!»

Santoral:
San Cornelio y Cipriano, Santa Edith,
Santa Ludmila, Beatos Juan Bautista
y Jacinto de los Ángeles

Volveré, Señor, pero empújame

Volveré, Señor, pero empújame.
De mis miedos y temores, hacia la seguridad en tus brazos.
De mis angustias y ansiedades, al descanso de tu Palabra.
De mis tristezas, a la alegría de saber que estás conmigo.

Volveré, Señor, pero empújame.
Porque tengo miedo de intentarlo, y quedarme a mitad del camino.
Porque tengo miedo de verte, y nunca encontrarte.
Porque tengo miedo de volver, y mirar hacia atrás.
Porque tengo miedo de pensar, y arrepentirme.

Volveré, Señor, pero empújame.
Para dar con tu casa donde siempre hay una fiesta.
Para entrar en tu jardín donde siempre es primavera.
Para acostarme en tu pecho en el que siempre uno se siente reconocido.
Para adentrarme en tu hogar y saber que siempre hay sitio.

Volveré, Señor, pero empújame.
Para que no vacile y supere mis propios errores.
Para que no malgaste los muchos talentos que me regalaste.
Para que no exija más de lo que pueda ofrecer.
Para que regrese y sea feliz de poder de nuevo verte.

Volveré, Señor, pero empújame.
Y si por lo que sea dudo, dame fortaleza para triunfar.
Y si por lo que sea caigo, levántame con tu Espíritu.
Y si por lo que sea digo “imposible”, toca con tu mano mi mente pesimista.
Volveré, Señor, pero…
empújame para llegar hasta tu hogar.

P. Javier Leoz

Liturgia – Lecturas del día

Lunes, 16 de Setiembre de 2013

Que se hagan oraciones por todos los hombres,
porque Dios quiere que todos se salven

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a Timoteo
2, 1-8

Querido hijo:
Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre Él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos. Éste es el testimonio que Él dio a su debido tiempo, y del cual fui constituido heraldo y Apóstol para enseñar a los paganos la verdadera fe. Digo la verdad, y no miento.
Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente, levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 27, 2. 7-9

R. ¡Oye la voz de mi plegaria, Señor!

Oye la voz de mi plegaria,
cuando clamo hacia ti,
cuando elevo mis manos
hacia tu Santuario. R.

El Señor es mi fuerza y mi escudo,
mi corazón confía en El.
Mi corazón se alegra porque recibí su ayuda:
por eso le daré gracias con mi canto. R.

El Señor es la fuerza de su pueblo,
el baluarte de salvación para su Ungido.
Salva a tu pueblo y bendice a tu herencia;
apaciéntalos y sé su guía para siempre. R.

EVANGELIO

Ni siquiera en Israel encontré una fe semejante

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
7,1-10

Jesús entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a sanar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga».
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «¡Tienes que hacer esto!», él lo hace».
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe».
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

Palabra del Señor.

Reflexión

1Tim. 2, 1-8. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, después de entregar su vida por nosotros, y de resucitar de entre los muertos, ahora está a la derecha de Dios Padre para interceder por nosotros. Toda su vida en este mundo puede considerarse como una continua intercesión en favor de los pecadores; nadie puede sentirse excluido del amor que Dios nos manifestó en Cristo.
En Él encontramos la paz interior y la tranquilidad social. Quien acepte a Jesús en su vida no puede, en adelante, convertirse en un delincuente y en un destructor de la Paz. Por su unión a Cristo debe hacer de su vida una continua intercesión en favor de los pecadores, de tal forma que, tanto con sus labios como con su vida misma, manifieste que en verdad no sólo pide la paz, la tranquilidad, sino que trabaja por ella esforzadamente, convirtiéndose así en predicador, apóstol y maestro para quienes buscan a Cristo, pues el testimonio de quien ha nacido de Dios, iluminará su camino y fortalecerá su esperanza.

Sal. 28 (27). Dios jamás se olvida de su pueblo ni del hombre justo. Ciertamente pareciera que a veces la vida se nos torna demasiado difícil. No podemos achacarle a Dios la autoría de los males que los demás podrían causarnos.
Hemos de reconocer que Dios siempre estará, no sólo a nuestro lado, sino de nuestro lado; finalmente Él es Dios-con-nosotros. Por eso, quienes participamos de la Unción del Espíritu que reposa en Jesús, debemos apoyarnos constantemente en el Señor ya que Él siempre nos bendice, pues no se olvida de que somos suyos.
Él nos apacienta y nos conduce hacia la Verdad plena y hacia la perfección del mismo Dios, pues, en la participación de su vida hacia nosotros, no se ha reservado nada, sino que nos ha concedido todo por medio de Aquel que vino a salvarnos y a hacernos hijos de Dios.

Lc. 7, 1-10. Podríamos preguntarnos ¿quién, o quienes se encargarían de meter en la cabeza del oficial Romano todas esas ideas de la santidad reservada sólo a los judíos, que le impidió acercarse personalmente a Jesús y de recibirlo en su casa? Sus amigos, los ancianos de los judíos, hablarán por él ha Jesús. ¿No serían los mismos que construyeron las barreras entre Jesús y el oficial romano? ¿No serían los mismos que urgieron a ese oficial a impedir que un judío enterara en la casa de un gentil?
A pesar de lo universal de la Iglesia, nosotros mismos, además de la vivencia personal de la fe, pues ésta es una respuesta que cada uno da al Señor, sabiendo que la fe se vive en comunidad, podríamos propiciar el vivirla en grupos totalmente cerrados alegando una y mil razones, que más que manifestar la universalidad de nuestra fe, nos manifestarían ante los demás como una Iglesia convertida en un grupo cerrado de iniciados al que, cuando algún «despistado» se adhiriera, causaría incomodidad entre los presentes y se le invitaría a retirarse, en lugar de ganarlo también para Cristo, recibiéndolo como hermano.
Ojalá y todos aprendamos a dar una respuesta comprometida a la fe que hemos depositado en Señor que nos dice: «Ven» para qué estemos con El, y nos dejemos instruir con sus palabras y con su ejemplo, de tal forma que después le obedezcamos cuando nos dice «Ve,» y vayamos a anunciar a los demás el Evangelio de la gracia que se nos ha confiado; anuncio que debe ir más allá de la proclamación hecha con los labios, pues el Señor mismo nos dice: «Haz esto», y ojalá realmente lo hagamos para que no sólo seamos predicadores, sino testigos del Evangelio.
El Señor nos reúne en esta celebración Eucarística. A nadie cierra Él las puertas. Tampoco nosotros podemos hacerlo. Venimos como fieles discípulos suyos a aprender a caminar por el camino que nos conduce al encuentro y posesión definitiva de la Vida de nuestro Dios y Padre.
Queremos aprender a vivir en el amor fiel; amor fiel que nos impide cerrar los ojos ante la problemática que aqueja a muchos sectores de nuestra sociedad; amor fiel que nos hace sensibles al dolor y al sufrimiento de muchos hermanos nuestros; amor fiel que no nos hace espectadores del Misterio Pascual de Cristo, sino que, junto con El, nos convierte en una ofrenda agradable a Dios, y que nos lleva a hacer nuestra la entrega del Señor de la Iglesia, estando totalmente dispuestos a entregarlo todo por el bien del nuestros hermanos, llegando, incluso si es necesario, a derramar nuestra sangre para que sus pecados sean perdonados, y lleguen a disfrutar de la Vida eterna.
El Señor nos envía a proclamar su Nombre a todos los pueblos. No somos sus criados, sino sus amigos. Pero lo seremos realmente en la medida en que cumplamos sus mandamientos.
Recordemos lo que hoy nos dice el Señor por medio del Apóstol Pablo: Dios quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad. Y la Verdad se nos ha revelado en Cristo Jesús, el cual ha sido constituido también en salvación nuestra. Por eso no podemos olvidar que Él ha constituido a su Iglesia en pregonera y apóstol para enseñar la fe y la verdad a todos los pueblos.
Y esta, nuestra Misión, la hemos de cumplir convirtiéndonos en la cercanía del Rostro amoroso de Dios para toda la humanidad. Por eso anunciamos el Evangelio a todo el mundo no sólo con nuestras palabras, sino también con nuestras obras, con nuestras actitudes y con nuestra vida misma.
Los que creemos en Cristo hemos de abrir los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón ante aquellos que viven angustiados a causa de sus pobrezas, de sus enfermedades, de las injusticias que contra ellos se cometen; y hemos de aprender a acercarnos a ellos como hermanos movidos por el amor fraterno para tratar de remediar esos males que les aquejan.
Seamos portadores de Cristo dando, por tanto un paso más: No sólo tratemos de remediar las necesidades temporales de nuestro prójimo; tratemos, de un modo especial, de hacer que llegue a él la salvación, que Dios nos ofrece en Cristo Jesús.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saberlo amar con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser, y de saber amar a nuestro prójimo como a hermano nuestro, preocupándonos de hacerle el bien en todo aquello que nos sea posible. Amén.

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