LA LLENA DE GRACIA

La solemnidad de la Inmaculada en Baradero
La solemnidad de la Inmaculada en Baradero
LA LLENA DE GRACIA

1.- Cuando el Papa Pío Nono, en su Bula Ineffabilis Deus, declara que la Virgen María fue preservada inmune de toda culpa original lo que realmente está diciendo es que la Virgen María fue una criatura humana llena de Gracia desde el momento mismo de su concepción hasta el momento mismo de su muerte. No quiere decir que la Virgen María fuera concebida de manera distinta a como somos concebidas las demás personas; lo que dice es que, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, la gracia de Dios hizo que en la persona de María no habitara nunca el pecado. María, por sí misma, fue una criatura humana limitada y frágil que tuvo que luchar contra las tentaciones e invocar cada día la gracia de Dios para poder vencerlas. Fue la gracia de Dios la que, derramándose totalmente y desde el primer momento en el ser de María, hizo que María fuera una criatura inmaculada desde el momento mismo de su concepción. Nosotros, mientras vivimos, podemos tratar de imitar a María, pidiéndole a Dios que no nos falte nunca su gracia para superar las tentaciones de cada día, como María las superó. Reconociendo nuestra debilidad y nuestra natural inclinación al pecado le pediremos a Dios, con humildad, que mire nuestra humillación y nos libre de todo pecado. Así podremos cantar, como María, el cántico del Magníficat, proclamando, también en nosotros, las grandezas del Señor.

2.- La serpiente me engañó y comí. Por lo visto, la serpiente era un ser astuto para nuestros antiguos padres en la fe: sed astutos como serpientes y cándidos como palomas. Pero la verdad es que, a la hora de disculparnos, todos tenemos dentro múltiples serpientes. Inventamos cualquier disculpa para justificar nuestros fallos y pecados y casi siempre pretendemos atribuir a los demás los fallos que nosotros cometemos. La razón más profunda está en nuestro orgullo y en nuestra vanidad. Jugamos a ser como dioses y a construir torres de Babel y, cuando fracasamos, echamos la culpa a los demás. Adán y Eva, ¡pobrecitos!, quisieron liberarse de la autoridad, del saber y del poder de Dios, en un intento de ser ellos sus propios dioses. Y, cuando se vieron desnudos, frágiles y desamparados, temieron el ruido y la presencia de Dios y se escondieron. Pero la vista de Dios les alcanzó y no supieron cómo disculparse. Es peligroso jugar a ser Dios, porque como la rana que quería ser elefante, corremos el peligro de explotar y de convertirnos en nada.

3.- Él nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables ante él por el amor. Ya hemos comentado en alguna otra ocasión este himno cristológico de la carta a los efesios. Pero no estará de más repetir que Dios, por amor, quiere que seamos sus hijos, santos e irreprochables ante él, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Es lo que hizo María de Nazaret, la virgen inmaculada, que se consideró siempre hija de Dios, su esclava, para que así se hiciera carne en ella la verdadera Palabra de Dios. María no quiso que la gracia de Dios redundara en alabanza suya, sino en alabanza del que había hecho obras grandes en ella.

4.- Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Estamos celebrando esta fiesta de la Inmaculada dos días después del segundo domingo de adviento. No es difícil en este tiempo imaginar a María como una mujer alegre en la esperanza. María está alegre porque espera, con esperanza activa, que Dios nazca en su vida y en la vida de todas las personas que ama. Dios ha querido hacerse carne en su vientre y María está alegre porque sabe que, por medio de ella, Dios quiere nacer y crecer en el corazón de todos los creyentes. María está alegre porque sabe que la gracia de Dios le ha permitido a ella ser colaboradora del Dios que, por amor, ha venido a salvarnos y a redimirnos a todos. En este día mariano del adviento vamos a pedirle a Dios que se encarne y crezca cada día un poco más dentro de nuestro corazón, para que así podamos celebrar la Navidad con el corazón henchido de Dios.

Gabriel González del Estal
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