Homilía en el Jueves Santo de la cena del Señor

Homilía en el Jueves Santo de la cena del Señor por Monseñor García Beltrán

El Jueves Santo nos trae un año más al Cenáculo para celebrar la Cena del Señor.

Cada una de las palabras y de los gestos que se van a realizar en esta celebración, como ocurrió en el primer jueves santo de la historia, en Jerusalén, están marcados por la profundidad de lo que significan y el contexto en el que se realizan. En el horizonte está la Pascua, el paso del Señor.

La última cena de Jesús fue la preparación a su Pascua. Lo que realiza en presencia de sus discípulos son palabras y gestos proféticos que habían de verse realizados, sólo unas horas después, en el Calvario. El pan partido es anuncio y signo de su cuerpo entregado, y el vino de la sangre derramada. Pan y vino son sacramento de una presencia que salva.

La entrega del Señor, expresión del amor hasta el extremo, se consuma en la cruz, cuando el Hijo de Dios se ofrece voluntariamente para liberarnos del pecado. La entrega de Jesús se hace presente y eficaz, cada día, en la mesa de la Eucaristía, expresada de un modo evidente y creíble en nuestra entrega servicial a los hermanos.

San Juan, en su evangelio, nos permite ambientar lo que hoy celebramos, al tiempo que nos introduce en el misterio de la Pascua. Nos hace bien recrear en nuestro interior la escena del Cenáculo, reconstruyendo las palabras, los gestos, y hasta los sentimientos de los protagonistas del relato, sin olvidar que también nosotros, hoy, formamos parte de esta historia.

Cada una de las palabras están dichas para mí, y los gestos realizados para servirnos de ejemplo. Yo, cada uno de nosotros, somos protagonistas de la obra que Jesús realizó y sigue realizando. Os invito a entrar en el Cenáculo y contemplar con los ojos del corazón la presencia de Dios en nuestras vidas.

Es curiosa la trama que presenta el evangelista como telón del fondo del relato de la Última Cena. Por una parte la traición de uno de los discípulos, Judas Iscariote, que ya en su cabeza tiene la intención de entregar al Maestro; por la otra parte, la conciencia de Jesús, como enviado del Padre, que ha de cumplir su voluntad.

En el trasfondo están la fuerza del mal- “ya el diablo había metido en la cabeza a Judas Iscariote”- y la voluntad de Dios de salvar a los hombres. En medio sólo la libertad del hombre, que entrega al otro, o puede entregarse a sí mismo. Judas entrega a Jesús, es la libertad al servicio del mal que termina en la muerte. Jesús se entrega a sí mismo, para cumplir la voluntad del Padre que lo ha enviado, es la libertad al servicio del bien que termina en una vida que da vida.

Desde esta libertad de Jesús se ha de entender el misterio de la Eucaristía. Cristo fue voluntariamente a la cruz, haciendo de su entrega un acto de obediencia al querer de Dios y el propósito libre de salvar a los hombres. Lo que se realiza en el Calvario es un acto de amor. Un amor personal, lleno de ternura y hasta las últimas consecuencias.

La Eucaristía no es, y no puede ser, un juego; no podemos vaciarla de su significado existencial para convertirla en un rito repetitivo y vacío; no puede ser una obligación y vivirla como una obligación. La Eucaristía es el sacramento del amor eterno de Dios a los hombres, de la entrega sacrificial del Hijo para expiar el mal y el pecado del mundo, es la puerta por donde se va al cielo.

La Eucaristía hace a la Iglesia. Sin Eucaristía, la Iglesia no sería del Señor. Celebrar la Eucaristía es el don que Jesús nos concede cada día; es el alimento que nos ayuda a no desfallecer, a recorrer el camino con espíritu alegre y generoso.

El que celebra la Eucaristía no puede olvidar cuánto lo ama Dios, y no puede mirar para otra parte cuando se acerca el hermano, especialmente el más pobre. San Pablo insiste al repetir las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía”. Es un mandato del Señor. Pero, ¿Cómo transmitir a tantos bautizados que no participan en la vida eucarística lo que es y lo que produce en nosotros la participación en la mesa del Señor? ¿Cómo podemos poner el domingo en el centro de la vida de los cristianos?

Hemos de pedir luz al Señor para ser testigos del don de su presencia en la especies del pan y del vino; hemos de pedir también que toque el corazón de los cristianos para que reconozcan en la Eucaristía al Dios que los ama y que ha querido quedarse con nosotros.

El Señor quiere ser para todos, por eso se quiere quedar en la vida de todos; nos dice el Papa: “la Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un poderoso remedio y un alimento para los débiles” (EG, 47). Tendremos que revisar en nuestra diócesis la pastoral del sacramento de la Eucaristía, pues no podemos permitir que tantos hermanos se priven de sus bienes, ni que el don más grande que tiene la Iglesia se convierta en un adorno en nuestra tarea evangelizadora. Hemos de pensarlo y actuar con “prudencia y audacia”.

La Eucaristía, entendida y vivida en plenitud, como una forma de vida, se puede convertir en un escándalo para muchos. Recordemos que después del discurso del pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm muchos discípulos abandonan a Jesús porque lo que les dice es duro. Algo de eso le ocurre a Pedro ante Jesús, el Maestro, que quiere lavarle los pies. Pedro se niega: “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”.

Las palabras de Pedro, marcadas por el respeto y la incomprensión ante la actitud de Jesús, son una negación, como la que hará unas horas más tarde, y de modo más explícito, en la casa del sumo sacerdote. Negar el modo de ser Mesías es negar al Mesías. Cuando rechazamos el modo de actuar de Dios rechazamos a Dios mismo. El hacer un Dios a la propia medida es una forma de ateísmo. Creer en Dios no es sólo afirmar su existencia, sino también aceptar en mi vida su modo de hacer

La respuesta de Jesús ante la negativa de Pedro es muy elocuente: “Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. El modo de hacer de Dios no es fácil de entender; “porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Is, 55,8).

Cuántas cosas de Dios que no entendemos, y cómo aceptar sus planes que en nada se parecen a los nuestros. Pedro no entendía, Jesús le pide confianza. La fe nos pide confianza en los planes de Dios. Vivir en fe es aceptar lo que Dios quiere en confianza y en obediencia. El camino de la humillación y de la identificación es el camino del Hijo de Dios. Su presencia es una presencia real y servicial.

El lavatorio de los pies es mucho más que un gesto que llama la atención. El lavatorio a los discípulos nos habla de Eucaristía, es un signo casi sacramental. Este gesto es desconcertante pero una hermosa expresión de la Eucaristía. Nuestra vida eucarística ha de concretarse en el servicio a los hermanos. Una Eucaristía entendida y vivida sólo como momento piadoso empobrece el misterio. Los cristianos somos servidores del hombre en una Iglesia servidora de la humanidad.

Jesús, después de lavarles los pies, les explica la lección: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. ¿Comprendemos, queridos hermanos, lo que hace Jesús? Hemos de preguntarnos cada uno ¿comprendo lo que hace Jesús? ¿Comprendo lo que significa lavar los pies a los demás? ¿Comprendo lo que es y supone la Eucaristía? Jesús lo ha hecho para que nosotros lo hagamos también.

“Os he dado ejemplo”. El modo de hacer de Jesús lo ha de ser también de la Iglesia y de todos los que formamos. La Iglesia está llamada a lavar los pies de la humanidad, a ser servidora del hombre sin distinción alguna. No somos un centro de administración de la gracia, ni una ONG para solución de todos los problemas. Somos una comunidad al servicio de la humanidad, un instrumento en manos de Dios para la salvación de los hombres. Estamos llamados a ser una Iglesia samaritana que sale a los cruces de los caminos para recoger a los que se quedaron heridos y fuera de una sociedad que descarta a los que no sirven; salir para curar con el aceite y el vino de la misericordia. “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG, 114). La doctrina está clara, pero hay que hacerla vida porque de lo contrario se convertirá en letra muerta.

Hoy, Jueves Santo, es Día del Amor Fraterno, pidamos al Señor que nos dé un corazón fraterno capaz de acoger en él a tantos hermanos y hermanas que nos necesitan. Que sepamos servirlos con el amor que no humilla sino que levanta y enaltece.

La celebración de esta tarde se prolonga hasta mañana cuando conmemoraremos la pasión y muerte del Señor. Tendremos tiempo para estar con el Señor, para pedirle que no pase por nuestra vida ni por la vida del mundo sin detenerse. Pongamos ante los sagrarios de nuestros Monumentos a todos los hombres con sus esperanzas y sus preocupaciones, los sufrimientos y los anhelos de esta humanidad.

“Que nos ayude sobre todo la Santísima Virgen, que encarnó con toda su existencia la lógica de la Eucaristía. «La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio». El Pan eucarístico que recibimos es la carne inmaculada del Hijo: «Ave verum corpus natum de Maria Virgine»” (Juan Pablo II, Carta Apostólica, Mane Nobiscum Domine, n. 31).

+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix