Homilía de Monseñor Oscar Sarlinga en el inicio de la Cuaresma – Miércoles de Ceniza #Cuaresma

Homilía de Monseñor Oscar Sarlinga en el inicio de la Cuaresma – Miércoles de Ceniza

Iglesia catedral de Santa Florentina/Campana/ Diócesis de Zárate-Campana

[Sucedió en Año 2.011]

 

Queridos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas

Hoy, miércoles llamado «de Ceniza», damos inicio a la Cuaresma, tiempo especialísimo en que “el auxilio nos viene del Señor”, tiempo litúrgico de purificación, de oración, de penitencia, de caridad y misericordia, de alegría inmensa, profunda, por la expiación que Jesucristo realizó por nosotros, porque nos ha salvado por su Cruz y nos brinda su gloriosa resurrección.

 

EL AUXILIO NOS VIENE DEL SEÑOR

Por cierto que la vivencia de un tiempo litúrgico, lejos de llevarnos a escenificar, en este caso, tristeza, nos ha de hacer profundizar en lo que el misterio significa, y esto hecho con alegría cristiana; pues penitencia y purificación no son –necesariamente- tristezas, y mucho menos escenificación. Es liturgia, es vida, es vivencia, al mismo tiempo, del misterio de Cristo Salvador, en las circunstancias en las que Dios quiera o permita que vivamos. Ha sido un gozo ingresar al templo al son del canto del “Guardián del Pueblo”, el Salmo 120 y es así, por excelencia, en este tiempo litúrgico, como clama el salmista: (Salmo 120) 1Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? 2El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. 3No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; 4no duerme ni reposa el guardián de Israel. El Señor es nuestro guardián, Él no duerme ni reposa porque vigila con su inmenso amor por nosotros; no, no duerme ni reposa, el guardián de Israel, nos cuida y nos prepara a la Pascua, que ya es eterna, porque ha sido realizada para siempre, aunque nosotros la vivamos y celebremos en las coordenadas del tiempo.

II
LA BATALLA ESPIRITUAL

Para vencer las tentaciones y afincarnos en el amor sobrenatural hemos de participar de la Cruz de Cristo y unirnos a ella, aceptando el don de la misericordia, poniendo en obra la caridad, en primer lugar, pues no se trata sólo de decir, “Señor, Señor…” sino de confesar, sí, que Jesucristo es el “Señor” (ò Kýrios) y obrar en consecuencia (Cf Mt 7, 21; 1 Cor. 13, 13) y esto teniendo como “escuela” la Palabra de Dios, del Verbo que se nos ha dado, la “escuela” del Espíritu de verdad, que nos lo enseñará todo (CfJn 14, 26; 16, 13). Con la ayuda de la Gracia, sin prescindir (sino al contrario) del ejercicio de la inteligencia, del pensamiento, y de poner nuestra mente y nuestro corazón a disposición de la doctrina del Señor (Cf Jn 6, 45) es como venceremos “las obras de la carne” de las que habla San Pablo (Cf Gal 5, 10-21), las cuales, pese a su denominación, significan principalmente obras malvadas del espíritu humano inficionado por el pecado, a comenzar por el odio, el egoísmo, la envidia, la discordia, la ambición desmedida, y todo lo que sigue. Por ello, la cuaresma no deja de ser un tiempo litúrgico de especial “batalla”, como lo menciona el Santo Padre Benedicto XVI en su Mensaje para este año: “La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (…)” .

III
LA ASCESIS O ASCÉTICA

Palabra casi desconocida (o inusitada) en nuestra cultura contemporánea (y en nuestro lenguaje). Como imaginan, no proviene la palabra del “aceto” (balsámico), mucho más conocido. Algunos filósofos griegos la definían como el ejercicio de esfuerzo (o fatigoso) y perseverante, a la vez, que frena la espontánea y desordenada inclinación a vivir del instinto y de la pasión, sea en el campo de la vida animal (o sensitiva), sea en el campo de las facultades superiores, del pensamiento y del querer o voluntad. Sócrates la llamaba “enkratéia”. Es una buena base, ésta, puramente humana, pero buen fundamento. Sólo que para nosotros, creyentes en Cristo, esta “ascesis” o “ascética” ha de ser concebida según la fe, en el sentido de “dominar” las pasiones o concupiscencias (Cf Gal. 5, 24; cfr. Rom. 11, 20; 12, 3; etc.). La ascesis proveniente de la fe, está ordenada al desarrollo integral de la personalidad, a la libertad, a la vitalidad aunque no al vitalismo al menos en el sentido en que lo entiende cierta filosofía.

Puede ser difícil la ascética (lo es, es cierto) tanto como dice el Apóstol Pablo que lo es “la gimnasia” (Cf 1 Cor. 9, 24), una milicia (Cf 2 Cor. 10, 3), un deporte arduo (Cf 1 Cor. 9, 25). Repito, “con la ayuda de la Gracia”, la ascesis es un entrenamiento a la virtud, sí, a grandes virtudes (son “valores”, sí, pero “virtudes”, me parece, significa “más”) , para hacernos tender hacia la imitación del Señor, para ponernos al servicio del prójimo, para entregarnos con generosidad, para dar de nosotros sin envidia, sin retaceos.

Sabemos que esta robustez moral no está muy de moda hoy día, pero lejos de ver tinieblas u oscuridades en todos lados habidos y por haber (aunque las haya en muchas personas y lugares), tengamos esperanza y pongámosla en obra, que hay también en este mundo mucho amor, muchas potencialidades, que hay sacrificio para el bien, que muchos tienen esperanza, y muchos, muchos más de los que imaginamos, tienen una gran hambre de Dios, sed de Dios. Está en nosotros en ser receptivos, fieles, a cuánta Gracia Dios quiere darnos. La auto-entrega por el bien de los hermanos es también ascética, es renunciar a sí mismo y ganar la vida por amor a Cristo (Cf Mt 16, 24-25) con esa caridad de Cristo que “nos apremia” (2 Cor. 5, 14), con la fortaleza que viene de lo Alto, aunque tengamos que pasar pruebas y dificultades, incomprensiones o momentos de “baja” y de angustia (Cf 2 Cor. 7, 4). La esperanza nunca defrauda.

CUARESMA COMO IGLESIA

Por último, queridos hermanos y hermanas, más que individualmente, vivimos la Cuaresma como Iglesia congregada. Querámosla, hagámosla crecer. El Espíritu Santo vive en ella, en la Iglesia, y en los corazones de los fieles “como en un templo” (Cf 1 Cor. 3, 16; 6, 19); en los corazones de los fieles miembros del Pueblo de Dios, el Espíritu da testimonio de la adopción filial que ellos han recibido (Cf Gal. 4, 6; Rom. 8, 15-16 e 26). El Espíritu introduce a la Iglesia en toda la verdad (Cf Jn 16, 13), y cuando ella evangeliza, es el Espíritu el que hace que el misterio de la paternidad divina salga al encuentro de la humanidad toda, sí, de todos, aún de los que no creen ni esperan; el Espíritu unifica a la Iglesia en la comunión y en el ministerio, la edifica y la guía con diversos dones jerárquicos y carismáticos, la adorna con sus espléndidos frutos (Cf. Ef 4, 11-12; 1 Cor. 12, 4; Gal. 5, 22), con la fuerza del Evangelio la rejuvenece (¡no envejecerá nunca, por crisis o dificultades por las que tenga que pasar!) y continuamente la renueva . . .

En y con la Iglesia, vivamos una santa Cuaresma. Evangelicemos, misionemos, demos un buen testimonio. A través de la amistad social, de la amistad cívica, principios de la doctrina social de la Iglesia, llevemos a quienes están lejos, o no creen, esos valores que obtienen su luz de la luz del Evangelio. Con la ayuda de la Santísima Madre de Dios.