Francisco Tarín: la forja de un misionero ejemplar

Francisco Tarín

Durante su estancia en El Puerto de Santa María, entre los años 1884 y 1886, el religioso jesuita destacó por su oratoria y su dedicación a los enfermos del cólera

(Desde El Cañamelar, José Ángel Crespo Flor).- Ocurre que muchas veces hay que dejar que repose una noticia, un acontecimiento o una biografía para sacarla en el momento adecuado, en el instante donde el documento gana en interés y eso es lo que nos ha ocurrido con Francisco Tarín. Hemos dejado que transcurriera el tiempo para sacar esta biografía justo cuando la Iglesia celebra a San Ignacio de Loyola fundador de la Compañía de Jesús.
La biografía de Francisco Tarín llega que ni pintada pues aparte de haber nacido en Godelleta en 1847, tuvo en 1885 dos momentos que le granjearon la gloria que después tuvo, el Sermón de las Siete Palabras que pronunció el Viernes Santo de 1885 y su dedicación a los enfermos del cólera. Lacra que también se vivió en Valencia de manera espeluznante.
Precisamente la Hermandad del Cristo de los Afligidos está conmemorando en este año de 2010 el 125 aniversario de la primera salida oficial y pública de su Titular por las calles del Cañamelar, lo que es digno que también se sepa y conozca ya que existe de alguna forma, una relación, por el terrible cólera, entre el aludido Francisco Tarín, venerable desde 1987, y la Imagen del Cristo de los Afligidos, considerado desde este año de 2010 como Señor, Patrono y Protector del Cañamelar.
Les dejo ahora con su biografía y lo hago en el día en que la Iglesia celebra la fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús a la que perteneció el aludido Francisco Tarín.

LA NOTA DE BERNARDO RODRÍGUEZ CAPARRINI (Doctor por la Universidad de Cádiz)
«Flaco, endeble, moreno, bajo de cuerpo, raído de indumentaria, pero con unos ojos vivos chispeantes y una agilidad de ardilla». El jesuita Francisco de Paula Tarín Arnau (Godelleta, Valencia, 1847 – Sevilla, 1910) -declarado Venerable por la Santa Sede en 1987 y actualmente en proceso de beatificación- llegó destinado al colegio de San Luis Gonzaga de El Puerto de Santa María en agosto de 1884, un año después de ordenarse sacerdote. Había ingresado en la Compañía de Jesús, con 26 años, en la localidad francesa de Poyanne, donde se encontraba el noviciado en el exilio de la provincia jesuítica de Castilla. Tras la restauración alfonsina pudo volver a España, completando los estudios de filosofía -1878-80- en Carrión de los Condes (Palencia) y de teología -1880-84- en el Colegio Máximo de Oña (Burgos).
Instalado en el edificio de la plaza del Ave María en 1867, el colegio de San Luis había iniciado la segunda época de su historia en septiembre de 1875, cuando se recuperó para la enseñanza tras haber permanecido clausurado durante el Sexenio Democrático. Francisco Tarín viene al prestigioso centro educativo portuense durante el mandato del P. Miguel Sánchez Prieto, rector de 1881 a 1888. En el colegio de El Puerto había expectación ante la llegada del Padre Tarín, renombrado ya entonces por una abnegación y humildad extraordinarias. La comunidad jesuita la componen en el curso 1884-85 un total de 31 individuos, siendo el Padre Tarín uno de los 12 sacerdotes destinados en el colegio. El número de alumnos asciende entonces a 263, de los que el 75% aproximadamente son internos. Tarín asume dos cargos: inspector responsable del orden de los alumnos mayores (1ª división) y director de la congregación de San Estanislao, a la que pertenecían los medianos y pequeños (3ª, 4ª y 5ª divisiones). Durante algunos meses fue además profesor de Física y Química. «Convivió constantemente con nosotros», recordaban los internos del último curso de bachillerato, quienes comprobaron con asombro que su Padre inspector apenas dormía tres horas cada noche, y, además, sentado en una silla. A los congregantes les infundió el Padre Tarín su propio talante evangélico, reorganizando la congregación y «haciéndola brillar extraordinariamente en virtud y en espíritu», en palabras del antiguo alumno Ignacio de Casso Romero.
El rector Sánchez Prieto encargó a Tarín que predicara el sermón de las Siete Palabras el Viernes Santo de 1885. Tal fue su carisma y tanta la fuerza de su oratoria que no hubo nadie en la iglesia del colegio que no llorase: «El P. Tarín -narró un testigo- se alzó de nuevo en el púlpito y empezó a repetir: «¡Jesús!, ¡Jesús!…» Y después de clamar varias veces al Señor, sobrecogido el auditorio, casi amedrentado, en un silencio impresionante, tras una pausa en la que parecía aguardar le respondiese, se volvió a nosotros y dijo: «¡Hermanos míos, Jesús ha muerto! ¿Sabéis en qué lo conozco? ¡En que lo está llamando el mayor pecador del mundo, y no responde!»» Fue también en la primavera de 1885 cuando el Padre Tarín recibió un fuerte golpe en la pierna derecha jugando al balón con sus colegiales. La herida, curada despiadadamente por el propio sacerdote, supuso un continuo tormento que le acompañó hasta su muerte.
Cuando el cólera invadió la ciudad en septiembre de 1885, el rector de los jesuitas ofreció asistencia espiritual y material a los contagiados, estableciendo un turno de bonos para que los más necesitados recibieran en el colegio su ración de sopa, carne, tocino y pan. El Padre Tarín, rosario y crucifijo en mano, pidió ser destinado al lazareto que el Ayuntamiento estableció en la ermita de San Sebastián: «Él recibía a los coléricos y los ayudaba a sacar de las camillas, y los llevaba él mismo a sus camas, los asistía y cuidaba día y noche. Los instruía, los confesaba y los preparaba para la muerte. Muchos de ellos morían abrazados a aquel ángel de caridad», manifestó la Srta. Mª Ignacia de la Portilla Bela. Al terminar la epidemia dos meses más tarde, el Ayuntamiento que presidía D. Francisco de Miranda Hontoria acordó dar un voto de gracias a los Padres de la Compañía de Jesús por «la virtuosa y ejemplar caridad y cristiana abnegación que han demostrado».
Retrasado el comienzo del curso 1885-86 hasta el 8 de noviembre, todavía tuvo energías Francisco Tarín para acompañar a los Padres Fernando Cermeño y Juan Alonso a Écija, donde iban a predicar una misión. Sin descuidar sus responsabilidades en el colegio, el Padre Tarín desarrolla este curso un intenso y fructífero apostolado en la ciudad: «Más predicación, más confesonario, más asistencia de enfermos, más doctrina cristiana a pobres y niños», escribe el P. Pedro Mª Ayala, discípulo de Tarín en El Puerto. José Mª Javierre -biógrafo también del Padre Tarín- cree que el colegio de San Luis no pudo ilusionar al jesuita: «Por encima de los sutiles meandros sentimentales de niños aristócratas le interesan los sufrimientos de la pobre sencilla gente habitante de las barriadas proletarias».