Falacias anti-vida por Felipe Arizmendi Esquivel

Falacias anti-vida

de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas

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En transportes públicos de nuestras ciudades está apareciendo esta leyenda: Que todos tus hijos sean deseados. ¡Qué bonita frase! Parece tan sensata y tan humana; pero detrás está una organización internacional, financiada por la ONU y entidades abortivas, que ofrecen todo tipo de anticonceptivos y que cuentan con muchos recursos para apoyar el aborto. A las mujeres que acuden a sus servicios, las inducen a abortar, para que tengan sólo los hijos que desean y desechen los que son indeseados. ¡Cómo se ve que los hijos de las tinieblas siguen usando todo tipo de artimañas para engañar!

Es una estratagema que no hablan de aborto, un asesinato directo, con premeditación, alevosía y ventaja, sino de salud reproductiva, interrupción del embarazo, derechos de la mujer sobre su cuerpo, etc. Estas expresiones son falaces, porque ocultan el hecho de que destruyen a un ser humano, lo intoxican, lo despedazan, lo matan, lo eliminan como basura. Y lo peor es que defienden esto como un derecho de la mujer, sin tomar en cuenta el derecho prioritario del recién concebido a vivir. ¿No cuenta el niñito pequeño? ¿No es un ser humano? Lo disfrazan diciendo que es sólo un producto, un cigoto, un feto, y que sólo a partir de la décima segunda semana ya no se le puede matar. Quieren disminuir su culpa, diciendo que esto es un avance científico.

Hay personas que luchan denodadamente por defender derechos de los animales, por legislar que los circos no usen animales y se prohíban las corridas de toros. Hacen todo lo posible por cuidar los huevos de tortuga y por proteger especies en peligro de extinción. ¡Qué bueno! Pero están muy de acuerdo en que el gobierno destine nuestros impuestos a matar a seres inocentes e indefensos. ¡Qué contrasentido!

Desde hace tiempo, la propaganda oficial ha insistido en tener pocos hijos, para darles lo mejor… Y esto ha calado hasta en las comunidades indígenas más lejanas, pues ahora ya son raras las familias numerosas. Incluso hay jóvenes que se quieren casar por la Iglesia, pero ponen la condición de no tener hijos, con lo cual hacen nulo su matrimonio desde el principio. Los hijos les estorbarían para tener tiempo libre, para vacacionar, para comprar un carro nuevo, para ir a los nuevos restaurantes y para divertirse. Prefieren tener animales como mascotas, en vez de hijos. Se van a quedar con su soledad, por su egoísmo y materialismo. ¡Cuánto disfrutamos nuestras familias, que no han sido tan reducidas! Pasamos por limitaciones económicas, pero cuánto nos apoyamos unos a otros, cuánto aprendemos a convivir en sociedad entre diferentes. Nunca nos sentimos solos.

PENSAR

El Papa Francisco, en una entrevista que le hicieron en días pasados, a la pregunta de que si le preocupa la cultura de la diminución de la natalidad en Italia, respondió: “Pienso que se debe trabajar más por el bien común de la infancia. Formar una familia es un compromiso, y a veces no basta el sueldo, que no llega a fin de mes. Se tiene miedo de perder el trabajo, o de ya no poder pagar el alquiler. La política social no ayuda. Italia tiene una bajísima tasa de natalidad. España lo mismo. Francia va un poco mejor, pero es baja también allí. Es como si Europa se hubiese cansado de ser mamá, prefiriendo ser abuela. Mucho depende de la crisis económica y no sólo de una deriva cultural marcada por el egoísmo y el hedonismo. El otro día leía una estadística sobre los criterios de consumo de la población a nivel mundial. Después de la alimentación, vestimenta y medicinas, tres cosas necesarias, siguen la cosmética y los gastos para los animales domésticos”.

Y le preguntaron: ¿Cuentan más los animales que los niños”. Respondió: “Se trata de otro fenómeno de degradación cultural. Esto porque la relación afectiva con los animales es más fácil, mayormente programable. Un animal no es libre, mientras que tener un hijo es algo complejo” (29-VI-2014).

ACTUAR

Seamos críticos ante tanta propaganda engañosa. Eduquémonos y formemos la conciencia moral, desde la niñez y la juventud, para ser dueños, no esclavos, de nuestros instintos sexuales y afectivos, para el verdadero amor.