Evangelio del día 5 de septiembre – Ciclo C – Santa Teresa de Calcuta

Evangelio del día 5 de septiembre – Ciclo C – Santa Teresa de Calcuta

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Lc. 6, 6-11.

Pensar que sólo nosotros tenemos la razón nos puede hacer intolerantes y violentos. Muchas «guerras santas» se han desencadenado gracias a esas actitudes, para nosotros, nada cristianas.

Hemos de saber dialogar con las personas de todo el mundo. Llevar la fe a los demás no es colonizarlos e imponerles nuestras ideas y costumbres. Jesucristo debe ser entregado como el que llega a las diversas culturas para llevarlas a su plenitud, partiendo de lo que cada uno es vive en su propio ambiente. Jamás podemos hacer el mal a los demás; jamás podemos condenarlos a muerte. El Señor no nos envió a condenar sino a salvar todo lo que se había perdido.

Hay muchos a quienes les es imposible ponerse al servicio de los demás porque el egoísmo y el pecado los ha paralizado. ¿Terminaremos condenándolos y marginándolos? ¿No seremos capaces de procurarles el bien, ayudándoles para que tomen conciencia del amor que se hace servicio y se conviertan en colaboradores del bien en favor de todos?

El Señor nos quiere no como una Iglesia cerrada sino como una Iglesia que se hace cercanía a todo hombre de buena voluntad, para ayudarle a encontrar en Cristo la plenitud de todas sus aspiraciones, la perfección en todos los niveles y la salvación que todos anhelamos.

El Señor no vino a pisotearnos, ni a destruirnos ni a condenarnos. Él nos amó hasta el extremo a pesar de nuestros grandes pecados.

Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Jesús, el Hijo de Dios hecho uno de nosotros, entregó su vida para que nosotros fuéramos reconciliados con Dios y recibiéramos Vida eterna. Él continúa comunicándonos su vida.

Lo hace de un modo especial mediante la Eucaristía, fuente de amor, de vida y de salvación para nosotros. Él nos quiere en camino, como signos de vida y no de muerte. Hay muchas cosas que nos han paralizado e impedido dar testimonio de la Vida nueva que hemos recibido de Él.

Sin embargo Él no nos ha abandonado sino que se ha acercado a nosotros no sólo para remediar nuestros males corporales, sino para librarnos del pecado y de la muerte, de tal forma que en adelante seamos signos vivos de estos dones que hemos recibido de Dios.

Proclamar ante los demás lo misericordioso que el Señor ha sido para con nosotros, nos hace reconocer que muchas veces tal vez pudimos llegar a ser grandes pecadores, y que nuestro mal ejemplo, como una mala levadura, se pudo convertir en ocasión de escándalo para aquellos que nos rodean.

Pero, amados por Dios, hemos sido objeto de su misericordia. Perdonados, no podemos continuar como esclavos de la maldad. No podemos ser hipócritas en nuestra profesión de fe. Si en verdad vivimos unidos a Dios debemos ser criaturas nuevas, debemos vivir libres de toda esclavitud a la maldad.

Unidos a Cristo hemos de pasar haciendo el bien a todos. Así, la Iglesia de Cristo, será en el mundo un signo del amor misericordioso y liberador de Dios, que sana las heridas que el pecado, la marginación, el desprecio, la persecución injusta, la pobreza o la enfermedad han abierto en muchos hermanos nuestros.

A ellos llegamos con el mismo amor y entrega de Cristo, no limitando el servicio de nuestro amor fraterno a algunos grupos, o a algunos días, pues no podemos darnos descanso mientras haya un sólo pecador que viva en peligro de perderse.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber amar a nuestro prójimo buscando hacerle el bien siempre, hasta que, juntos, logremos participar eternamente de la Vida de Dios. Amén.

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