El Misterio de la Santísima Trinidad

El Misterio de la Santísima Trinidad

¿Por qué es un Misterio? ¿Es verdad que el hombre no puede llegar a comprenderlo? Un breve artículo para conocer la explicación que da la teología al respecto.

Ricardo Sada Fernández

Muy conocida es la anécdota de la vida de San Agustín cuando, meditando cierto día sobre el misterio de la Santísima Trinidad, se encontró a un niño que pretendía con una concha vaciar el mar en un pequeño agujero.

Dios le daba a entender así la desproporción de querer penetrar en la profundidad de Sus Misterios con la capacidad de una mente creada.

Hay un límite a lo que la razón humana -aun en condiciones óptimas- puede captar y entender. Dado que Dios es un Ser infinito, ningún intelecto creado, por dotado que esté, puede abarcar su insondable grandeza.

La más profunda de las verdades de fe es ésta: habiendo un solo Dios, existen en Él tres Personas distintas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-. Hay una sola naturaleza divina, pero tres Personas divinas.

En lo creado, a cada “naturaleza” corresponde siempre una “persona”. Si hay cuatro personas en una oficina, cuatro naturalezas humanas están presentes; si sólo está una naturaleza humana presente, hay una sola persona.

Así, cuando tratamos de pensar en Dios como tres Personas con una y la misma naturaleza, nos encontramos como dando de topes contra la pared.

Aunque esta verdad (y otras que después veremos) no quepan dentro de lo limitado de nuestras facultades, no por eso dejan de ser verdades y realidades.

Las creemos no porque las descubra la razón, sino porque Dios nos las ha manifestado, y Él es infinitamente sabio y veraz. Para captarlas mejor tenemos que esperar a que Él se nos manifieste del todo en el cielo.

Sin embargo, los teólogos se han esforzado para explicarnos algunas cosas. Nos dicen que la distinción entre las tres Personas divinas se basa en la relación que existe entre ellas. Veamos cómo razonan.

En primer lugar, consideremos a Dios Padre. Éste, con su infinita sabiduría, al conocerse a Sí mismo, formula un pensamiento de Sí mismo. Tú y yo, muchas veces, hacemos una cosa parecida.

Cuando piensas en ti (o yo en mí), lo que haces es formarte un concepto sobre el propio yo “Juan López”, o “María Pérez”, es decir, “aquello que eres tú para ti mismo”.

Sin embargo, hay una diferencia muy grande entre nuestro propio conocimiento y el de Dios sobre Sí mismo.

Nuestro conocimiento propio es imperfecto, incompleto (“nadie es buen juez en causa propia”). E incluso, si nos conociéramos perfectamente, -es decir, si nuestro concepto sobre el propio yo fuera una clarísima reproducción de nosotros mismos-, tan sólo sería un pensamiento que no saldría de nuestro interior, sin existencia independiente, sin vida propia.

El pensamiento cesaría de existir, aun en mi mente, tan pronto como volviera mi atención a otro asunto.

Tratándose de Dios, las cosas son muy distintas. Su pensamiento sobre Sí mismo es perfectísimo: abarca completamente todos y cada uno de los aspectos de su infinitud. Pero un pensamiento perfectísimo, para que de verdad lo sea, ha de tener existencia propia (si puede desaparecer, le faltaría esa perfección).

Tal fuerza tiene Su pensamiento, es tan infinitamente completo y perfecto, que lo ha re-producido con existencia propia.

La imagen que Dios ve de Sí mismo, la Palabra silenciosa con que eternamente se expresa a Sí mismo, debe tener una existencia propia, distinta.

A este Pensamiento vivo en que Dios se expresa a Sí mismo perfectamente lo llamamos Dios Hijo. Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la expresión del conocimiento que Dios tiene de Sí. Por ello, la segunda Persona de la Santísima Trinidad es llamada Hijo, precisamente porque es generado por toda la eternidad, engendrado en la mente divina del Padre.

Además, como esa generación es intelectual, se le llama “Verbo” es decir, “Palabra”. Dios Hijo es la “Palabra interior” que Dios Padre pronuncia cuando su infinita sabiduría conoce su esencia infinita.

Aunque en este punto ya habremos tenido necesidad de poner a trabajar la mente un poco más que de ordinario, hagamos un esfuerzo adicional para ver cómo nos explican los teólogos la realidad del Espíritu Santo.

Dios Padre (Dios conociéndose a Sí mismo) y Dios Hijo (el conocimiento de Dios sobre Sí mismo) contemplan la naturaleza que ambos poseen en común. Al verse (estamos hablando, claro está, de modo humano), contemplan en esa naturaleza lo bello y lo bueno en grado infinito.

Y como lo bello y lo bueno producen amor, la Voluntad divina mueve a ambas Personas a un acto de amor infinito, de la Una hacia la Otra. Ya que el amor de Dios a Sí mismo, como el conocimiento de Dios de Sí mismo, son de la misma naturaleza divina, tiene que ser un amor vivo.

Este amor infinitamente perfecto, infinitamente intenso, que dimana eternamente del Padre y del Hijo es el que llamamos Espíritu Santo “que procede del Padre y del Hijo”. Es la tercera persona de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es el “Amor Subsistente”, el “Amor hecho Persona”.

Tal es el misterio de la Santísima Trinidad: tres Personas distintas en un solo Dios verdadero.

Reflexión para la festividad de La Santísima Trinidad

Hoja parroquial para el Domingo de la Santísima Trinidad

LO ESENCIAL DEL CREDO         

Los cristianos que proclamamos con frecuencia el Credo necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial de él para aprender a vivirlo con alegría nueva.

         Decimos: «Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra», creemos en un Dios que no nos deja solos ante nuestros problemas y conflictos, un Dios que no nos tiene olvidados, un Dios que es nuestro «Padre» querido.

Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Nos ha creado a todos sólo por amor, y nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por este mundo. Dios nos sigue mirando a todos con amor.

Aunque vivamos llenos de dudas, no hemos de perder la fe en un Dios Creador y Padre pues habríamos perdido nuestra última esperanza.

         Decimos: «Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Jesús es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Mirando a Jesús, vemos a Dios Padre, en sus gestos captamos su ternura y comprensión.

En él podemos sentir a un Dios cercano, amigo. Jesús nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Nos ha indicado, además, el camino a seguir. Si olvidamos a Jesús, ¿quién ocupará su vacío?, ¿quién nos podrá ofrecer su luz y su esperanza?

         Decimos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Este misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno de nosotros.

Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como Amor que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de nosotros.                                                            

LECTURAS PARA LA EUCARISTÍA 

1ª LECTURA

Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31

Así dice la sabiduría de Dios: «El Señor me estableció al principio de sus tareas, «al comienzo de sus obras antiquísimas.

En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra.
Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada.

No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales.

Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.»

Palabra de Dios

  COMENTARIO A LA 1ª LECTURA    

La Sabiduría de la que nos habla el libro de los Proverbios  es Dios como principio y origen de todo lo creado que no ha tenido principio ni tendrá fin.

Salmo responsorial: 8


  • Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,                                     la luna y las estrellas que has creado,                                                   ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,                                          el ser humano, para darle poder? R.

2ª LECTURA

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos 5, 1-5

Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.

Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Palabra de Dios.

COMENTARIO A LA 2ª LECTURA

    El apóstol Pablo nos muestra a Jesús como Salvador de los hombres que ha realizado y consolidado la paz entre los hombres y Dios. Por la fe en Jesús alcanzamos la vida de Dios en nosotros. Una vida que no está exenta de dificultades, pero que son superadas por la gran esperanza que nos ofrece y la fuerza del Espíritu que vive en nosotros.   

EVANGELIO

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.

Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío.

Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.»

Palabra del Señor.

COMENTARIO AL EVANGELIO

    Jesús promete a sus discípulos que cuando Él ascienda al Padre les enviará el Espíritu Santo, que los guiará hasta la verdad plena     

PARA NUESTRA REFLEXIÓN PERSONAL  

LA TRINIDAD, LA MEJOR COMUNIDAD     

¿Quién es Dios… qué sé de Él? ¿Qué relación tengo con Él? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿Qué importancia tiene para mí?     

Son preguntas que se han hecho las personas de todos los tiempos, que nunca responderemos satisfactoriamente.

Porque Dios es un misterio: nos trasciende, nos sobrepasa y no podemos saberlo todo ni entenderlo todo. Creer en Dios es aceptar que hay muchas preguntas que no sabremos responder nunca.     

Dios es un Padre bueno que quiere mi felicidad, me cuida, me guía, me acompaña, me protege. Tiene entrañas de misericordia: se apena y se preocupa cuando me desvío y me dirijo por un camino de infelicidad y destrucción.

Dios es un Padre bueno que me acepta como soy, me perdona y me pone de nuevo en el camino del bien cuando me salgo de él.     

Si queremos conocer a Dios hemos de acudir constantemente a Jesús, a su Palabra de vida.

Si queremos amar a Dios hemos de abrirnos a la acción del Espíritu, dejarnos llevar de su presencia, confiar y dejarnos cuidar por Él, que es Padre, acudir a Él, que tiene entrañas de misericordia cuando nos desviamos, nos equivocamos y hemos de volver a empezar.