Comentario para el 1er Domingo de Cuaresma

14 febrero – Primer domingo de Cuaresma

Lucas 4,1-13: las tentaciones del Señor
Los evangelistas no dudan en recordarnos que Jesús sufrió la tentación, aunque sin
sucumbir a ella. Es un modo de darnos ánimo: si el maestro fue tentado y venció la
tentación, ¿por qué nos asustamos y atemorizamos si nos vemos sometidos a la tentación?

¡Ánimo! El que se ha hecho uno con Cristo por el bautismo está capacitado para vencer
la tentación, que tantas veces se nos presenta de un modo sutil y engañoso. Una tentación
nunca aparece como invitación a hacer «el mal»; sino como invitación a obsesionarnos
por un bien parcial, olvidándonos del verdadero bien.

El texto nos describe tres tentaciones fundamentales, en las cuales están simbólicamente representadas todas nuestras tentaciones. La primera y más básica de las tentaciones es la búsqueda del pan, la búsqueda del bienestar material, como aquello que le daría fundamento y sentido a la vida personal. Vemos a tantos dispuestos a hacer cualquier cosa para ganar dinero fácilmente. Pero la sabiduría espiritual responde: el hombre no vive solamente de pan. La segunda gran tentación es la obsesión por el cuidado del propio nombre y de la buena fama personal; el afán por hacerse famoso y conocido, casi a cualquier precio: tirarse al abismo desde la altura del Templo y salir ileso sin duda le permitiría estar en boca de todos. El demonio tienta a Jesús invitándolo a aprovecharse de su condición divina en beneficio propio; tentándolo con entender el amor de Dios como una suerte de escudo protector, de privilegio, y no como un amor que exige una respuesta de amor. Ponerse en esta actitud es «tentar a Dios»; es intentar manipular el amor de Dios para validar lo que queremos hacer por cuenta propia. La tercera y más
radical de las tentaciones es la búsqueda del poder y la riqueza, a cambio de «postrarse ante el demonio», de renunciar a la fidelidad a Dios. La sabiduría espiritual dice: Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás».

Cada uno de nosotros experimenta diaria y dolorosamente estas tentaciones; pero también las experimenta la Iglesia como tal. Reavivemos nuestra certeza de que en nosotros está la fuerza para vencer la tentación. El evangelista Lucas pone la segunda de las tentaciones al final, porque sin ser la más radical, es posiblemente la más cotidiana y desafiante para el creyente promedio.

P. Eduardo Pérez-Cotapos, ss.cc