CARTA A FRANCISCO, OBISPO DE ROMA

JUAN ZAPATERO, sacerdote, zapatero_j@yahoo.es

BARCELONA.

Hermano Francisco, Obispo de Roma:

ECLESALIA, 08/07/13.- Para empezar, decirte que me dirijo a ti como Obispo de Roma, en vez de Papa, porque me atengo a la manera como tú mismo te llamaste el día en que saliste al balcón del Vaticano para saludar a la multitud expectante en la plaza de san Pedro, unas horas después de haber sido elegido. Aunque me temo que la mayor parte de cardenales, en el momento de elegirte, pensaban más en el Papado que en la Sede de Roma.

Voy a intentar por todos los medios no volver a denominarte nunca más con el nombre de Papa, porque me suena a poder, a dominio, a jefe, etc.; precisamente todo lo contrario del compromiso en favor del servicio que Jesús recomendó a Pedro y al resto de los apóstoles.

En primer lugar me presento: mi nombre es Juan Zapatero Ballesteros, una persona bautizada y por ello hijo de la misma Iglesia que tú presides en el amor como obispo de esa ciudad de Roma. Por el sacramento del Bautismo me siento partícipe del sacerdocio de Jesucristo; también de su profetismo y de su realeza (lPe 2,9-10). Digo esto porque un día recibí también el sacramento del Orden sacerdotal de manos del obispo de Barcelona, un hermano tuyo en el episcopado ya fallecido; desde entonces procuro servir a la Iglesia, visible en esta diócesis, desde la experiencia del Evangelio y procurando seguir en todo momento lo que me dicta mi conciencia.

Hermano Francisco; sé que durante el breve tiempo que llevas presidiendo la sede de Roma has recibido muchas cartas; algunas de ellas han llegado a mis manos. Todas alabando tus gestos sencillos y cercanos; yo no voy a ser menos: ¡Gracias, Francisco, por tu sencillez y por tu proximidad!

Si no me salen mal las cuentas llevas poco más de cien días ocupando la Sede de Roma. Como bien sabes, a la mayor parte de gobiernos democráticos acostumbra a concedérseles cien días de gracia por parte del pueblo, durante los cuales no se les suele pasar cuentas ni se les plantean exigencias, especialmente por parte de aquellas personas que se consideran oposición.

Hermano Francisco: independientemente de la manera cómo has sido elegido, yo jamás me sentiré oposición hacia ti, mucho menos contrincante, sino hijo de esa Iglesia que tú presides en el amor desde Roma. Lo cual no quiere decir que muchas veces no mantenga puntos de vista diferentes, incluso contrarios, sobre diversos temas y que también discrepe en ciertos momentos. Procuraré hacerlo, como lo he venido haciendo hasta ahora, desde el amor, pero también desde la libertad que me da el saberme y sentirme hijo de Dios, y desde el uso de esa cualidad tan importante que nos distingue a los seres humanos, como es la libertad.

De igual manera, no me considero nadie como para concederte a ti ni cien ni tampoco cien mil días de gracia; en todo caso la única gracia que tú necesitas, hermano Francisco, es la Dios y estoy plenamente convencido que esa no solamente no te va a faltar, sino que la vas a recibir a raudales de su mano siempre generosa.

Me llegan informaciones que estás dando pasos fuertes y decididos de cara a afrontar reformas urgentes especialmente por lo que se refiere a las estructuras vaticanas. ¡Ánimo y no desfallezcas, hermano Francisco; ya era hora!

Pero quisiera decirte que también son urgentes cambios en normas y leyes que no pueden demorarse por más tiempo; su vigencia está haciendo mucho mal no solo a personas individualmente, sino también a grupos y a comunidades. Me refiero de manera especial, entre otras, al celibato sacerdotal obligatorio. No es justo que la imposición de esta disciplina a quienes se sienten llamados a servir a la comunidad desde el ministerio sacerdotal cierre las puertas a personas que se sienten llamadas y que la comunidad considera totalmente idóneas. Más injusto es aún que numerosas comunidades se vean privadas de la celebración de la Eucaristía, mandato de Jesús a sus seguidores y seguidoras “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22,19), precisamente por la tozudez de seguir manteniendo una norma impuesta por hombres.

Hermano Francisco, no lo demores por más tiempo, a la vez que restableces a otros muchos hermanos que en tiempos pasados se les privó de seguir presidiendo comunidades por algo tan grande y maravilloso como es el hecho de haber decidido compartir la vida con la persona que un día se dieron cuenta que amaban y por la que a la vez se sentían amados.

Y, siguiendo con el tema en cuestión, creo que fuera bueno que pusieras en marcha también la revisión del funcionamiento del sacerdocio. Entre otras cosas, pienso que las comunidades tienen derecho a decidir sobre qué tipo de pastor las va animar y va presidir la Fracción del Pan. Presentar su candidato al hermano obispo para que le confiera el sacramento del Orden; el derecho de la propia comunidad a pedir que dejara de ejercer la función de presidente de la misma por considerar que ya ha cumplido su misión o que existe otra persona más idónea para el momento, etc. También la renuncia del propio presbítero por razones diversas que él mismo pudiera aducir. Todo ello nos llevaría a replantear no la temporalidad del sacerdocio, sino la del ejercicio de la misión del mismo; estaríamos hablando de algo que pienso que en muchos momentos sería muy bueno tanto para el propio sacerdote como para la comunidad, como es el sacerdocio temporal.

Claro que todo ello iría ligado a una revisión profunda de la estructura jerárquica de la Iglesia que existe en estos momentos.

Como ves, hermano Francisco, no he sacado a colación el tema del sacerdocio de la mujer. Y no es porque no tengo ganas, que las tengo, y muchas. Sino porque comprendo que es demasiada e importante la labor que tienes encima de la mesa como para afrontarla toda de golpe.

Perdona mi osadía, hermano Francisco; pero puedes estar seguro que esta carta no es fruto del atrevimiento, sino de la confianza que desprendes.

Por mi parte, quiero decirte que puedo ofrecerte bien poco; pero te doy lo que tengo que no es otra cosa sino mi empeño en rezar por ti. Otra cosa es que mi oración sea escuchada sencillamente porque mi fe es demasiado débil y pequeña. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Tu hermano en Cristo:

Juan Zapatero Ballesteros

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