Domingo XI del Tiempo ordinario

Domingo XI del Tiempo ordinario
Ezequiel 17, 22-24 / 2 Corintios 5, 6-10
/ Marcos 4, 26-34
Salmo responsorial Sal 91, 2-3. 13-16
R/. «Es bueno darte gracias, Señor»

Santoral:

San Metodio, San Valero, San Rufino y Eliseo

LECTURAS DEL DOMINGO 14 DE JUNIO DE 2015

DOMINGO 11° DEL TIEMPO ORDINARIO

Exaltó al árbol humillado

Lectura de la profecía de Ezequiel
17, 22-24

Así habla el Señor:
Yo tomaré la copa de un gran cedro,
cortaré un brote de la más alta de sus ramas,
y lo plantaré en una montaña muy elevada:
lo plantaré en la montaña más alta de Israel.
Él echará ramas y producirá frutos,
y se convertirá en un magnífico cedro.
Pájaros de todas clases anidarán en él,
habitarán a la sombra de sus ramas.
Y todos los árboles del campo sabran que Yo, el Señor,
humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado,
hago secar al árbol verde y reverdecer al árbol seco.
Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 91, 2-3. 13-16

R. Es bueno darte gracias, Señor.

Es bueno dar gracias al Señor,
y cantar, Dios Altísimo, a tu Nombre;
proclamar tu amor de madrugada,
y tu fidelidad en las vigilias de la noche. R.

El justo florecerá como la palmera,
crecerá como los cedros del Líbano:
transplantado en la Casa del Señor,
florecerá en los atrios de nuestro Dios. R.

En la vejez seguirá dando frutos,
se mantendrá fresco y frondoso,
para proclamar qué justo es el Señor,
mi Roca, en quien no existe la maldad. R.

Sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él,
Nuestro único deseo es agradar al Señor

Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
5, 6-10

Hermanos:
Nosotros nos sentimos plenamente seguros, sabiendo que habitar en este cuerpo es vivir en el exilio, lejos del Señor; porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente.
Sí, nos sentimos plenamente seguros, y por eso, preferimos dejar este cuerpo para estar junto al Señor; en definitiva, sea que vivamos en este cuerpo o fuera de él, nuestro único deseo es agradarle.,
Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereción durante su vida mortal.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Es la más pequeña de las semillas,
pero llega a ser la más grande de todas las hortalizas

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
4, 26-34

Jesús decía a sus discípulos:
«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».
También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba, sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor.

Reflexión

LO NUESTRO ES SEMBRAR CON HUMILDAD Y CONFIANZA; DIOS HACE CRECER LAS SEMILLAS
1.- El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra… La semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. Sí, debemos ser lo suficientemente humildes para saber que el reino de Dios es de Dios, que debemos dejar a Dios ser Dios, que nosotros sólo somos colaboradores de Dios. Cuando predicamos el evangelio, cuando sembramos la semilla, nos gustaría que la semilla creciese pronto, nos gustaría ver crecer las semillas. Pero frecuentemente no es así –nadie ve crecer la hierba– y nosotros no debemos desanimarnos por ello: “la tierra va produciendo la semilla ella sola”. Nuestra semilla es pequeña, como el grano de mostaza, pero debemos sembrarla con la esperanza de que se haga grande, “más alta que las demás hortalizas”. La humildad y la esperanza son dos virtudes que no pueden faltar en los predicadores de la palabra de Dios; humildad para saber que sólo Dios puede hacer crecer las semillas, y esperanza para creer que nuestra siembra va a ser bendecida por Dios. Los predicadores de la palabra de Dios no pueden ser ni arrogantes, ni pusilánimes, deben sembrar siempre con mucha humildad y con mucha esperanza. Si nos falta la esperanza dejaremos pronto de sembrar, y si nos falta la humildad sembraremos con desatino e ineficacia. Las dos parábolas de las que nos habla hoy este evangelio según san Marcos –la del sembrador y la del grano de mostaza– nos animan a esto: a saber sembrar con humildad y a saber esperar con confianza y paciencia, a ser colaboradores de Dios, pero nunca a querer sustituir a Dios.
2.- Todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla a los árboles altos y ensalza a los árboles humildes. El profeta Ezequiel sabe que la incompetencia de los gobernantes de su pueblo ha llevado a éste a la deportación y al destierro. Por eso, el profeta le dice ahora al pueblo de Israel que esta vez confíe en Dios, que va a ser el mismo Dios el que dirija y gobierne a su pueblo y “hará florecer los árboles secos”. Ellos, el pueblo, debe actuar con confianza en Dios y ser humilde; lo que los gobernantes no han sabido hacer por sí mismos lo hará Dios, “humillando a los árboles altos y ensalzando a los árboles humildes”. Es el mismo mensaje del evangelio: sólo con humildad y confianza en Dios podemos ser eficaces en nuestra acción y obtener buenos resultados. Tenemos que ser activos colaboradores de Dios, pero sabiendo que, por nosotros mismos, somos frágiles y de barro, pero si dejamos que Dios actúe en nosotros y por nosotros podemos hacer obras grandes. El orgullo y la prepotencia humana conducen frecuentemente a la crueldad y al fracaso; con humildad humana y con confianza en Dios podemos hacer las cosas bien, porque dejamos que sea Dios el que actúe en nosotros y por nosotros. Hagamos el bien con humildad y esperemos que Dios bendiga nuestras obras.
3.- Hermanos: siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estaremos desterrados del Señor…; por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle. San Pablo lo tenía muy claro y así se le dice a los cristianos de Corinto: la verdadera vida era vivir en Cristo y con Cristo, pero mientras vivimos en este cuerpo mortal vivimos en el destierro, en un valle de lágrimas. Por eso él esperaba y deseaba que ocurriera cuanto antes la segunda venida del Señor, porque entonces se vería libre del cuerpo mortal. Nosotros, los cristianos de este siglo XXI, aunque sigamos creyendo y diciendo que esta vida es un destierro y un valle de lágrimas, la verdad es que, generalmente, no tenemos demasiadas ganas de que acabe este destierro. Pero en lo que sí debemos imitar a san Pablo es en esforzarnos en agradar siempre al Señor, porque creemos que cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo seremos juzgados por lo que hayamos hecho mientras vivimos en este cuerpo. Trabajemos siempre con humildad, y esperemos con confianza que Dios bendiga y haga eficaz nuestro trabajo. Como humildes predicadores de la palabra del Señor.

Gabriel González del Estal
www.betania.es

LA CIVILIZACIÓN DEL AMOR
1- Un canto a la esperanza. Ezequiel anuncia en la primera lectura el restablecimiento de la dinastía de David. Yahvé mismo trasplantará un retoño y éste crecerá en el más alto monte de Israel, en Sion, hasta convertirse en un cedro frondoso en el que anidarán toda clase de aves. Se trata, pues, de una profecía mesiánica, alusión a un señorío universal a cuyo amparo acudirán todos los pueblos. Esta imagen la encontramos de nuevo en la parábola evangélica del grano de mostaza del evangelio de hoy. El soberbio árbol del imperio de Babilonia será humillado por Yahvé, que ensalzará al humilde árbol de la casa de David. De un renuevo suyo nacerá el liberador de Israel.
2.- El auténtico camino. La segunda lectura nos recuerda que nuestra patria definitiva es el cielo. La tierra es un lugar de paso. Dios quiere que seamos felices también aquí, pero solo son felices aquellos que ponen su mirada en el Señor. Santa Teresa, cuyo 5º Centenario celebramos, nos da un consejo: “No os pido más que le miréis. El no quita nada y os da todo”. Quien pone sus ojos en este mundo fácilmente se deja llevar por las cosas mundanas. Dios quiere que gocemos de las cosas de este mundo, por algo las ha creado para nosotros. Pero si nos dejamos llevar por el egoísmo y solo dirigimos nuestros ojos a lo material, nos olvidamos de Dios y de los demás y nos encaminamos a la perdición. Este camino no puede llevarnos a la felicidad. Nos lo recuerda San Agustín en su comentario a esta lectura de la segunda carta a los corintios: “Estamos en camino: corramos con el amor y la caridad, olvidando las cosas temporales. Este camino requiere gente fuerte; no quiere perezosos. Abundan los asaltos de las tentaciones; el diablo acecha en todas las gargantas del mismo, por doquier intenta entrar y hacerse dueño. Y a aquel de quien se adueña, o bien le aparta del camino, o bien le retarda; le vuelve atrás y hace que no avance, o le saca del camino mismo para sujetarle con los lazos del error y de las herejías o cismas y llevarle a otros tipos de supersticiones. Permaneced, pues, fuertes en la fe; que nadie os induzca al engaño mediante ningún tipo de promesa; que nadie os fuerce a engañar mediante ninguna amenaza. Cualquier cosa que sea la que te ha prometido el mundo, mayor es el reino de los cielos; cualquiera que sea la amenaza del mundo, mayor es la amenaza del infierno”.
3.- Construir el Reino con paciencia. Dos parábolas, dos mensajes sobre el Reino de Dios. Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas. En la primera parábola un hombre echa el grano en la tierra; el grano brota y crece. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz. La semilla de la que habla el evangelio tiene una fuerza que no depende del sembrador. Hoy el Señor nos invita a sembrar con la humildad de quien sabe que la semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación. Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que son evangelizados. En la segunda parábola del grano de mostaza lo importante es la desproporción entre la pequeñez del principio (grano de mostaza) y la magnitud del final (el arbusto). Así ocurre con el Reino de Dios: escondido ahora e insignificante, ha de llegar un día (el «día del Señor»), cuando vuelva con «poder y majestad», en que se manifieste según toda su dimensión. El Reino de Dios es la civilización del amor, de la que hablaba Pablo VI.

José María Martín OSA
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¿FUERZA DE DIOS O ESFUERZO HUMANO?
1.- Con la fuerza del Espíritu que se nos vertió generosamente en Pentecostés, asombrados por la gran familia de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu), con el sabor que dejó en nuestro paladar cristiano la Solemnidad del Corpus Christi nos adentramos de lleno, sin demasiadas interrupciones, en el tiempo ordinario. Un espacio que, aun siendo normal, nunca dejará de ser extraordinario. Ser cristiano no es un “hoy sí y mañana no” sino todo lo contrario: en la vida cotidiana, guiados por la fe (como señala hoy San Pablo), intentaremos dar gusto a Dios con nuestras buenas acciones, confianza y, sobre todo, con nuestra opción por el Reino de Dios.
2.- El Reino de los cielos, en una de las parábolas de hoy, va en dirección opuesta a todo ello: su crecimiento es silencio, a veces insignificante pero continuo. ¿De quién depende la extensión y el desarrollo del Evangelio? ¿De los hombres? ¿De nuestros talleres y reuniones, dinámicas y escritos? ¿Está en manos, tal vez, de los medios a nuestro alcance: técnicos, pastorales o humanos?
3.- Cuando un agricultor derrama su semilla en la tierra, prescindiendo de si está dormido o despierto, esa semilla va robusteciéndose, explota y la tierra la devuelve con creces en espiga o en un fruto determinado. Así es el Reino de Dios. Importante el factor humano pero, la tierra que lo hace fructificar, crecer, desarrollarse y expandirse, es la mano poderosa de Dios. Una cosa es decirlo (fácil) pero otra, muy distinta, creerlo con todas las consecuencias: los condicionantes externos ayudan, por supuesto, pero sin los internos (sin la fuerza del Espíritu) todo quedaría relegado a lo humano.
4. También es verdad que los brazos cruzados no son la mejor imagen para el apostolado de nuestros días… El ocio es, hoy más que nunca, un serio inconveniente a la hora de sembrar el amor de Dios en las generaciones jóvenes. ¿Cómo podríamos combinar el fenómeno del deporte con la vivencia religiosa del domingo? ¿Por qué hay tiempo para todo en los niños pero, en cambio, no hay lugar para la catequesis, la eucaristía o la oración?
5.- Al escuchar el evangelio de este domingo se nos presenta ante nosotros un gran reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores? ¿No estaremos desgastando inútilmente nuestras fuerzas cuando, la realidad de las personas, de la iglesia local, de las personas o de la sociedad es muy diferente a la de hace unos años?
6. En cierta ocasión en el campo de un labrador crecía con fuerza una especie extraña. Tal es así que, el buen hombre, la trataba de igual forma que al resto de los frutales. Un día llegó un vecino y le preguntó: ¿Cómo es que te molestas tanto en cuidar, abonar, regar y podar esa planta que, al contrario que las otras, no da ningún fruto? Y, el dueño de la finca, contestó: ¡Tengo miedo a que el campo se quede demasiado desierto, sin nada! Aunque sé que no producen fruto… por lo menos adornan.
7.- San Gregorio Magno (uno de los Padres de la Iglesia) solía decir: «El hombre echa la semilla en la tierra, cuando pone una buena intención en su corazón; duerme, cuando descansa en la esperanza que dan las buenas obras; se levanta de día y de noche, porque avanza entre la prosperidad y la adversidad. Germina la semilla sin que el hombre lo advierta, porque, en tanto que no puede medir su incremento, avanza a su perfecto desarrollo la virtud que una vez ha concebido. Cuando concebimos, pues, buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; somos como la hierba, cuando empezamos a obrar bien; cuando llegamos a la perfección somos como la espiga; y, en fin, al afirmarnos en esta perfección, es cuando podemos representarnos en la espiga llena de fruto».

Javier Leoz