Nosotros somos testigos de estas cosas; nosotros y el Espíritu Santo, Domingo 3º de Pascua

Nosotros somos testigos de estas cosas; nosotros y el Espíritu Santo, Domingo 3º de Pascua

Hechos 5, 27-32. 40b-41 / Apocalípsis 5, 11-14
/ Juan 21, 1-19
Salmo Responsorial, Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b
R/. «Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste»

Santoral:
San Francisco Solano, San Perfecto
y San Apolonio

LECTURAS DEL DOMINGO 14 DE ABRIL DE 2013

DOMINGO TERCERO DE PASCUA

Nosotros somos testigos de estas cosas;
nosotros y el Espíritu Santo

Lectura de los Hechos de los Apóstoles
5, 27-32. 40b-41

Cuando los Apóstoles fueron llevados al Sanedrín, el Sumo Sacerdote les dijo: «Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!»
Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A Él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen».
Después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b

R. Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.

Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste
y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir,
cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.

Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre,
porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida:
si por la noche se derraman lágrimas,
por la mañana renace la alegría. R.

«Escucha, Señor, ten piedad de mí;
ven a ayudarme, Señor».
Tú convertiste mi lamento en júbilo.
¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.

El Cordero que ha sido inmolado
es digno de recibir el poder y la riqueza

Lectura del libro del Apocalipsis
5, 11-14

Yo, Juan, oí la voz de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con voz potente:
«El Cordero que ha sido inmolado
es digno de recibir el poder y la riqueza,
la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza».

También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían:
«Al que está sentado sobre el trono y al Cordero,
alabanza, honor, gloria y poder,
por los siglos de los siglos».

Los cuatro Seres Vivientes decían: «¡Amén!», y los Ancianos se postraron en actitud de adoración.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio,
e hizo lo mismo con el pescado

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
21, 1-19

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros».
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No».
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le respondió: «Sí, Señor, Tú sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.

Te aseguro
que cuando eras joven,
tú mismo te vestías
e ibas a donde querías.
Pero cuando seas viejo,
extenderás tus brazos,
y otro te atará
y te llevará a donde no quieras».
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».

Palabra del Señor.

Reflexión

¿Y AHORA QUÉ…?
1. – Sea dicho con perdón, pero la mujer y, sobre todo el ama de casa, es siempre más realista que el hombre. “Contigo pan y cebolla”, lo puede decir el hombre a la mujer, pero ésta sabe que hay que añadirle muchas más cosas al pan y a la cebolla para mantener unido y en paz el hogar.
Pedro dice, al parecer muy espontáneamente, “me voy a pescar”. Y no sé por qué, pero detrás de esa frase me suenan unas palabritas de su mujer y de su suegra, haciéndole caer en la cuenta de que la despensa de un pescador no aguanta bien el envite de seis bocas más, como las que Pedro se ha traído de sus seis compañeros. Y tal vez, le añadieron: “y de ahora en adelante que si ¿ahora qué?”, Es la pregunta que se hacen todos los discípulos.
Todavía cuentan con un Jesús que se les va y que se les viene. Que ya no está siempre a su lado. También presienten que se les va a ir definitivamente. Y “¿ahora qué?”. No tienen plan ninguno, no tienen organigramas, ni cuentas corrientes, ni encuestas de que fiarse. Y ¿ahora qué? Pues me voy a pescar que es lo único que sé hacer. Y es en eso, en lo único que sabe hacer, donde encuentra una respuesta.
2. – Estaba ya amaneciendo, como estaba amaneciendo cuando María fue y no encontraba al Señor en el sepulcro. ¿Cómo lo iba a encontrar si estaba amaneciendo el amanecer lleno de esperanza de la humanidad?
Estaba ya amaneciendo y en la orilla le miraba el Señor. El Señor que, durante el primer juicio en casa de Anás y tras sus negociaciones, le miró y le mira de nuevo desde la orilla.
El Señor que arrancó de sus ojos amargas lágrimas con una sola mirada le vuelve a mirar desde la orilla.
Y ¿ahora qué? Pues tirarse de cabeza al mar para llegar cuanto antes a la orilla junto al Señor.
Y allí el Señor le contesta al y ¿ahora qué? Que le ame y más que los demás. “Señor tu sabes todas las cosas, tu sabes que te quiero”. Que cambie de oficio, que tire las redes al mar y tome el callado de pastor. Ambos oficios nada sencillos, ni inocentes. El pescador se enfrenta con la naturaleza bravía y el pastor con las fieras del campo, “os envío como ovejas entre lobos”. Y que se prepare porque su destino le va a hacer llegar hasta donde él dijo en bravatas: “Señor, mi vida daré por Ti”. Y ahora el Señor se lo acepta: “Te llevarán donde no quieras”.
Y regresó Pedro a casa lleno del Señor, pero incierto en su futuro, como son las cosas de la fe.
3. – ¿En cuántos momentos de nuestra vida hay un “y ahora qué”, que no va a encontrar contestación más que buscando al Señor en la orilla, desde donde sin duda nos mira y nos quiere hablar?
Y sólo si tenemos la valentía de tirarnos al agua puestos los ojos en el Señor vamos a encontrar una contestación que responda plenamente a ese qué.

José María Maruri, SJ
www.betania.es

ACTUAR EN NOMBRE DE DIOS, CON HUMILDAD Y AMOR
1.- Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Los siete discípulos habían trabajado duro, buscando peces en el lago, en la oscuridad de la noche. Y no habían sacado nada. Pero al amanecer se presenta Jesús y, desde la orilla, les dice que echen la red a la derecha de la barca y encontrarán. Ellos no sabían que era Jesús, pero se fiaron de las palabras de él y faenaron en la dirección y lugar donde él les había indicado. Y las redes se llenaron de peces casi hasta reventar. Los siete discípulos quedaron asombrados y atónitos, y fue el discípulo a quien Jesús tanto quería el que gritó: ¡es el Señor! Los ojos que miran con amor ven más hondo y más claro que los ojos que miran con indiferencia. Los discípulos de Jesús estaban acostumbrados a dejarse conducir por su Maestro, a actuar en su nombre, porque se fiaban de él. Lo hacían porque le amaban y confiaban en él. Es importante que nosotros, los discípulos de Jesús, nos dejemos conducir por él y que sepamos actuar en su nombre, con humildad y por amor a él. Aquí estará la clave y el éxito de nuestras acciones: que no actuemos sólo, ni principalmente, por amor a nosotros mismos, sino que actuemos siempre por amor a Dios. Esto que, a primera vista, puede parecer fácil de hacer para un cristiano, no es nada fácil. Porque es fácil mezclar nuestros propios y egoístas intereses con lo que decimos que es el interés de Dios. Hace falta mucha humildad y mucho amor a Dios para saber discernir en algunos momentos cuál es la voluntad de Dios. La oración sincera y humilde debe ayudarnos mucho en esos momentos.
2.- Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Esto fue lo que replicaron Pedro y los apóstoles al sumo sacerdote que les reñía porque seguían predicando el evangelio de Jesús en las sinagogas y calles de Jerusalén: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, le dijeron. La frase, en sí, es siempre válida y obligatoria para toda persona creyente. Pero también en este caso tenemos que actuar con mucha humildad y amor, antes de decidir por nuestra propia cuenta cuál es la voluntad de Dios. La historia nos dice que más de una vez los seres humanos hemos cometido crímenes execrables y tremendas injusticias, diciendo que actuábamos en nombre de Dios. Como venimos diciendo, sólo si actuamos con humildad y amor a Dios y al prójimo podemos empezar a pensar que estamos actuando en nombre de Dios. Todo lo que hagamos en nombre de Dios y por amor al prójimo debe repercutir necesariamente en el bien de nuestro prójimo. A Jesús le llamamos el príncipe de la paz, el justo, el amor de los amores; cuando nuestras acciones no buscan la paz, la justicia, el amor, no podemos decir que estamos actuando en nombre de Dios. Jesús nunca nos ha mandado, ni nos mandará jamás, echar nuestras redes en un mar de violencia, de injusticia, o de desamor, o de muerte.
3.- Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Esto es lo que vio Juan, en su visión apocalíptica: que todas las criaturas del cielo y de la tierra alababan al Cordero degollado. Con esta visión Juan quiere consolar y animar a las primeras comunidades cristianas, que se veían perseguidas. No deben perder la esperanza, porque el Cordero, Cristo Jesús, triunfará sobre todos sus enemigos. Cristo murió –el Cordero degollado–, pero resucitó y está sentado a la derecha de Dios Padre. Desde el cielo Cristo les va a ayudar siempre a vencer las dificultades y la misma muerte. Deben seguir confiando en Cristo y dándole a él la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Gabriel González del Estal
www.betania.es

SIN TEMOR EN LA RUTA

“No tengamos miedo de ser cristianos y de vivir como tales”. Este, entre otros, fue el mensaje que el Papa Francisco derramaba sobre todos los fieles presentes en el Regina Coeli del día 7 de abril. Y es que, para anunciar y tener el coraje de lleva a Cristo a este mundo nuestro, primero tenemos que ser y vivir como cristianos. ¿Cómo anunciar lo que desconocemos?
1. ¡Feliz Pascua con el Resucitado, hermanos! – Que no nos quedemos atrás a la hora de proponer (no imponer) aquello que desde el Evangelio sabemos que sería la gran alegría del mundo y el gran secreto para que todo lo que nos rodea tuviera un horizonte lleno de luz. Como cristianos no podemos perder la esperanza. En algunos momentos, y por diversos cauces, escuchamos que el mundo está perdido. Que no hay solución. ¡Mentira! La Pascua, el paso del Señor Resucitado, nos ha dejado la fuerza y el tesón de los que creen en El. ¿Podemos decepcionar al Señor con nuestro absentismo? ¿Por qué no echar, una y otra vez, las redes de nuestras buenas voluntades allá donde pensamos que todo está acabado? ¿Qué es difícil? ¿Que el cansancio hace mella en nuestro seguimiento a Jesús?
¡Es el Señor! Y, por el Señor, antes y después, ahora, mañana y siempre nos hemos de emplear a fondo para sembrar en su nombre, para remar con Él y para intentar que el mundo, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, conozcan (los que todavía no lo han escuchado), reconozcan (los que lo han olvidado) a un Cristo que trae vida, ilusión y coraje para todos.
2. ¡Feliz Pascua con el Resucitado, amigos! – No nos puede agobiar la ausencia de frutos. Aunque existan razones para el pesimismo, para mil y una preocupaciones, el Señor nos invita, nos sugiere que hay que seguir adelante. Que la barca, aunque aparentemente esté vacía, se sostiene porque Él va al timón. ¿Le queremos? ¡Que se note en nuestro combate del día a día!
Eso nos falta: confianza absoluta en El. No podemos castigarnos tanto. No podemos centrar toda la labor pastoral, catequética, caritativa, asistencial o lúdica exclusivamente en nuestras fuerzas. El Señor, al fin y al cabo, es quien nos otorga la capacidad para hacer frente a las contrariedades. Qué bien lo expresaba el Papa Francisco en el inicio de su pontificado al recordarnos que no hemos de abandonar la cruz. Que, la cruz, ha de ir siempre con nosotros.
Los apóstoles, como nosotros en algunos momentos, estaban a punto de renunciar a todo. La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían abandonados y desconcertados. Sólo, cuando apareció el Señor, el panorama cambió de color.
Que también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro, imploremos, recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de Jesús que sale en los momentos más amargos de tristeza y de dolor.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! ¡MERECE LA PENA OBEDECER AL SEÑOR!